¿Dónde están los muertos?

octubre 30, 2016 · 23:11 0

En los próximos días vamos a celebrar la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos. El mes de noviembre revuelve los sentimientos y recuerdos de una forma especial. Nuestros difuntos se hacen presentes de un modo distinto al habitual, y quiero pensar que no es solo por una simple tradición cultural.

Una de las preguntas que más me hacen como cura es ¿dónde están o a dónde van los muertos? También me preguntan mucho si en la otra vida nos vamos a reconocer. Esto último se responde fácil y rápidamente: claro que sí. La otra pregunta también tiene fácil respuesta: nuestros difuntos están con Dios o no están en ningún lado (léase, el infierno). Voy a intentar razonar un poco más todo esto. A ver si consigo que tengamos más confianza ante aquello que, aparentemente, pone fin a la existencia de nuestros días terrenos y temporales.

Si tenemos claro que Dios existe, no debiéramos tener mayor problema para saber dónde están nuestros difuntos. Dios, por naturaleza, es eterno. Por lo tanto, si conseguimos llegar hasta él, también participaremos de su misma vida divina a la que va unida su eternidad. Para esto necesitamos que haya alguien que esté en condiciones de «pagar el peaje» por nosotros: Jesucristo, el Hijo de Dios, que carga con nuestros pecados en la cruz para que podamos hacer el camino que nos lleva al cielo, limpios de pecado y libres de pesadas cargas inútiles. Los cristianos, ante la realidad de la muerte, tenemos la confianza de saber que estamos en manos de un Dios Padre que, por amor, ha enviado a su Hijo al mundo para que no se pierda nada de lo que él ha hecho, y para que el Espíritu Santo cree de nuevo todas las cosas.

Para los que no creen en Dios, las cosas son un poco más difíciles u oscuras. Lo dice Pilar Rahola en el pregón del Domund de este año: “¡Estamos tan solos ante la muerte los que no tenemos a Dios por compañía!” Si no existe Dios, tampoco hay vida eterna y la esperanza se termina, en el mejor de los casos, un segundo antes del último aliento. Y medio segundo después o, si quieren, un segundo después del funeral (si es que lo hubo, porque tampoco tiene mucho sentido) todo, absolutamente todo, habrá terminado, y quedarán solo unos cuantos recuerdos en la memoria, pero sin ninguna esperanza. En este caso solo se puede decir que los difuntos están en la muerte eterna. Esta posibilidad crea muchas incertidumbres. La primera es saber de dónde venimos y quién ha pensado en nosotros, pues el azar no crea ni ama, y menos con esta perfección. La segunda, es sobre el mismo sentido de la vida: ¿merece la pena luchar y esforzarse por algo que se puede terminar en cualquier momento?

Quizás más que preocuparnos del más allá o de sus detalles debiéramos hacernos otra pregunta, la misma que se hizo en su día santo Tomás de Aquino: ¿Hay vida antes de la muerte? (Cita del obispo Munilla en las redes sociales). Efectivamente, la confianza en la vida eterna va a depender mucho de las bases sobre las que construyamos nuestra vida terrenal. Si la de ahora es una vida según Jesucristo, la muerte y lo que venga después será «coser y cantar». Será un paso que demos con confianza y con total tranquilidad, porque, por fin, veremos y conoceremos en primera persona y sin ningún tipo de velo a quien antes ya hemos tratado y querido. Si Cristo no existiera, nuestro destino será solo la oscuridad y frialdad de un sepulcro, pues nadie nos recordará cuando pasen dos o tres generaciones más.

Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán

(Publicado en El Progreso, 30 de octubre de 2016)

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