No, amigo lector. Las cosas no van a ir por donde piensas, pero es que no se me ocurre otro título. Sigue leyendo hasta el final y ya verás. No obstante, espero no meterme en «camisas de once varas» con lo que voy a decir.
Antes de nada, quiero decir que tengo dos perros en casa y compartimos muchos momentos juntos, sobre todo grandes paseos durante alguna mañana que tengo libre.
A veces, se dice de una persona que está molestando que «sobra más que un perro en misa», pero también somos capaces de advertir que cuando un perro entra en una iglesia es porque dentro está su amo, y eso es una cosa buena. Particularmente no me molesta que los perros entren en la iglesia durante la misa, pues a veces rompen la excesiva monotonía de los que estamos dentro y hasta parece que están ellos más atentos que nosotros.
Pero la realidad es que los perros, como cualquier otro animal (incluso los murciélagos que ensucian todo), no necesitan ir a misa, porque no necesitan ser salvados, ya que no tienen tampoco opción de condenarse.
Cristo vino a salvar solo a los hombres porque son los únicos de toda la creación que pueden condenarse y porque también son los únicos que tienen libertad. Los animales pueden vivir en libertad, pero no son libres, por eso no se les pueden imputar cosas malas ni tampoco pueden escoger otras opciones de las que las que les marcan sus propios instintos.
A veces nos puede parecer que los animales también hacen cosas malas (cuando el jabalí te destroza una finca de patatas o maíz) pero eso es solo desde nuestro punto de vista, ya que ellos solo responden a instintos, normalmente al de supervivencia, pero no tienen maldad ni bondad, simplemente actúan.
Hace unos días durante la homilía en una de mis parroquias, de las más pequeñas que tengo, tuve ocasión de establecer un pequeño dialogo con las pocas personas que allí estaban. Una me dijo que ella creía que todos nos íbamos a salvar, porque Dios es infinitamente misericordioso. En aquel momento le dije que, si la salvación era tan automática, como ella decía, entonces no necesitábamos ir a misa y que el acontecimiento pascual de Jesucristo había sido en vano, pues ya nos íbamos a salvar sí o sí.
La conversación continuó al final de misa y durante algunos días más que nos vimos por la calle. La señora siempre apelaba a la infinita misericordia de Dios. Yo le decía que eso es cierto, pero que es algo distinto a lo que estamos hablando. La misericordia de Dios no impide que nosotros cometamos pecados, por eso necesitamos hacer lo que esté en nuestras manos para alcanzar esa misericordia y esa salvación.
Por otra parte, nosotros no necesitamos solo la salvación en el momento de la muerte sino que necesitamos ser salvados cada día de nuestra vida, desde el mismo momento del nacimiento, porque ya nacemos marcados con el pecado original, pues empezamos desde pequeños a hacer un mal uso de nuestra libertad.
Los perros no necesitan ir a misa, pero nosotros, sí. Tenemos la posibilidad de condenarnos a pesar de la infinita misericordia de Dios y porque el mismo Dios quiere que nosotros también seamos parte activa en el proceso redentor de Jesucristo. Como dice san Agustín: «Dios que te creó sin ti no te puede salvar sin ti».
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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