La vida Cristina es como una peregrinación hacia la Casa del Padre.
Pero la realidad es que, por culpa o debilidad nuestra, nos hemos alejado de nuestro Padre Dios. Los profetas dicen que estábamos unidos a Él, con lazos de amor, pero le traicionamos; rompimos esos lazos para echarnos en brazos de dioses extraños.
Jesucristo nos dice que un hijo alocado, un mal día, dio un portazo a la casa del padre, para vivir su vida. El triste acontecimiento lo hemos repetido cada uno de nosotros. Ahora, heridos por el remordimiento de nuestro mal comportamiento, pretendemos volver a la Casa del Padre; volver a caer en sus brazos, para que nos ate de tal manera que ya no podamos separarnos de Él.
El profeta Óseas personifica al pueblo de Israel en la imagen de una esposa infiel (Os. 2,4-10), y nos dice que, ante tanta infidelidad, Dios quisiera repudiarla y olvidarla, pero su corazón no se lo permitió. Hizo todo lo contrario: le cerró los caminos de la huida, para que no pudiera alejarse y recuperase su fidelidad primera. Es el caso del Hijo Pródigo, que se alejó de la casa del padre, en busca de una vida más libre, y ahora, sin pan y decepcionado de sus antiguos amigos, vuelve hacia su antiguo hogar, temiendo encontrar las puertas cerradas y a un padre enfurecido. Desafortunadamente se había equivocado en la despedida y afortunadamente también viene equivocado en el regreso: el padre que con lágrimas le había visto marchar, ahora le ofrece unas puertas expeditas y un corazón abierto para recibirle, y un banquete preparado para festejar el regreso del hijo que se había marchado.
Estas fueron las mejores cuerdas para atar a aquel hijo que jamás volverá a sentir la tentación de alejarse de su buen padre.
Pues la historia se ha repetido. Todos hemos sido hijos pródigos. Todos hemos traicionado el amor de Dios. Todos hemos abandonado alguna vez la casa paterna, corriendo por caminos alocados. Pero Dios nos pide que volvamos a Él. Dios no se cansa de llamarnos, ni se cansa de esperar. Sueña en recibirnos con fiesta, con alegría, con agradecimiento, porque no puede vivir sin nosotros.
Sintonicemos con sus sentimientos y pongámonos en camino. Digámosle que, a pesar de lo que ha pasado, queremos que nos reciba y nos perdone; que llene nuestro corazón vacío; que nos revista con el traje de fiesta y, finalmente, que nos ate con los lazos del amor, para que nunca más nos alejemos de Él.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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