La presencia de Dios es un ejercicio espiritual destinado a mantenernos en contacto con él en medio de las diversas ocupaciones diarias.
Se trata de pensar en Dios y de tener nuestro afecto dirigido a él. Pero lo más importante no es el pensamiento, sino el afecto que orienta nuestro corazón hacia Dios, uniendo más íntimamente el alma al Señor, orientando a El todo nuestro obrar.
Es importante añadir que, aun cuando nuestra mente esté enteramente ocupada en el trabajo que estemos realizando, y sea éste dispersivo, podemos levantar el corazón hacia Dios, siempre podemos hacerlo por él, es decir, para cumplir su voluntad y darle gloria. Lo mismo que un padre, sólo con soñar que a los suyos no les falta nada, realiza toda su jornada laboral unido a ellos.
¿De qué podemos ayudarnos para que nos resulte más fácil mantener esta presencia?
Ofreciendo nuestras acciones al comenzar el día o incluso antes de cada una de ellas, realizando invocaciones piadosas, haciendo comuniones espirituales o, simplemente, con una mirada fugaz dirigida hacia el cielo y un breve recuerdo del Señor; es decir, por medio de brevísimas conversaciones con Dios con las que le manifestamos nuestro amor.
Esto, en principio, puede que no nos resulte fácil hasta que seamos capaces de crear un hábito, para ello tendremos que valernos de algo externo a nosotros, por ejemplo un crucifijo que tengamos sobre nuestra mesa de trabajo, una iglesia que cruzamos al ir para el trabajo (dirijamos nuestro pensamiento al sagrario) también puede servirnos las montañas, los ríos, las plantas, las flores, las distintas tonalidades de colores de nuestros campos y jardines.
Y cualquier acontecimiento cercano o lejano, personal o ajeno debe también motivarnos hacia una breve plegaria de petición, intercesión, gratitud, alabanza o adoración.
Ahora les voy a dar a conocer una serie de pensamientos de un hermano lego, llamado hermano Lorenzo, sobre la práctica de la presencia de Dios.
Punto de partida
Ese hombre de Dios, que fue el Hno. Lorenzo, te formula para comenzar una pregunta un tanto comprometedora: ¿Cómo puedes «contentarte con tan poco» mientras Dios quiere enriquecerte con su Presencia vivificadora…? Y él mismo se apresura a brindarte su solución…
Dios tiene para darnos tesoros infinitos, y nosotros nos contentamos, a lo más, con alguna práctica ritual o alguna que otra devocioncilla sensible que dura un momento…¡Qué ciegos somos!, con ello atamos las manos a Dios y ponemos coto a sus gracias. Si encuentra un alma llena de fe viva, derrama sobre ella gracias abundantes. Dios es muchas veces como un torrente retenido por la fuerza contra su curso normal, por ello, al encontrar una salida, se derrama impetuoso y desbordante.
Te aconsejo que comiences por elegir mi camino: por amor a El, renuncia a todo lo que no sea El. Y comienza a vivir sencillamente como si en el mundo no existieseis más que él y tú.
¿Cómo comenzar cultivando la práctica de la presencia De Dios?
Nos responde nuestro Hno. Lorenzo y razona esta práctica partiendo de su propia experiencia, él nos advierte que sin la ayuda de Dios no podemos nada pero luego nos pregunta ¿cómo puedes esperar su ayuda continua si no oras continuamente?. Y ¿cómo puedes orar continuamente si no eres consciente de la presencia de Dios?. Y ¿Cómo podrás mantenerte en su Presencia si no piensas a menudo en él. Finalmente ¿cómo puedes pensar a menudo en él?. Amándolo y es que para amar hay que conocer. Y para conocer a Dios, hay que pensar en él con frecuencia. Y cuando lleguemos a amarle, pensaremos más en él pues nuestro corazón estará donde está nuestro tesoro (Mt 6, 21). Pensemos, pues en el Señor con frecuencia; sí, pensemos mucho en él.
Esa presencia De Dios, si la practicamos con fidelidad, produce abundancia de gracias del Señor en el alma y la conduce a esa mirada sencilla, a esa atención amorosa al Dios presente en todas partes, que es la forma más santa, más segura y más fácil de oración.
Si yo fuese predicador, no predicaría otra cosa que el ejercicio de la presencia De Dios. Y si fuese director espiritual, la aconsejaría a todas las almas, tan necesaria la creo y tan fácil.
Al principio, es necesario un poco de dedicación para crear el hábito de conversar continuamente con Dios y de contarle todo lo que nos pasa, lo que sentimos, lo que hacemos; pero tras un pequeño esfuerzo, pronto sentiremos cómo su amor nos despierta sin el menor trabajo.
Poco a poco hemos de acostumbrarnos a éste insignificante pero santo ejercicio.
Jesus nos pide que amemos a Dios «con todo el corazón» (Mt 22, 37). No es pequeña cosa… Este amor no suele venir llovido del cielo. Los grandes cristianos, y el Hno. Lorenzo entre ellos, para levantar el corazón a ese nivel tuvieron que ejercitar la paciencia y la perseverancia. Porque no nos enamoramos de de Dios «de un flechazo», a no ser por una gracia especial. Deberemos «aprender» a amar al Señor, «poco a poco». ¡Nadie se hace santo en un día!.
Un medio para recoger con facilidad el espíritu durante el tiempo de oración y mantenerlo sosegado, es no dejarle tomar muchos vuelos durante la jornada. Es preciso mantenerlo «centrado en la presencia De Dios «, si nos acordamos de él de vez en cuando, nos será fácil estar tranquilos en la oración.
Cuando experimentemos nuestra debilidad, nuestra pequeñez, nuestra miseria no nos agobiemos, levantemos nuestra mirada hacia el corazón misericordioso de Dios y recordemos que ¿Acaso no ha venido él mismo a buscar lo que estaba perdido? (Lc 19, 10). El Hno. Lorenzo solía exclamar: » ¡Ah, si supiésemos confiar al Señor nuestra pobreza…!»
¿Cómo buscar al Dios «presente»?
El hermano Lorenzo nos aconseja tener una fidelidad flexible y una flexibilidad creadora que no se deje obstaculizar por sistemas rígidos que complican la existencia.
Debemos procurar, eso sí, que todas nuestras actividades sean cuales fueren, sean algo así como pequeños encuentros con Dios; pero no de una manera estudiada sino como si naciesen de la sencillez del corazón. Procuremos acostumbrarnos a su compañía divina y sintámonos a gusto a su lado, hablando humildemente y conversando amorosamente con el Señor, sin reglas ni medidas, sobre todo en los momentos de tentación, de sufrimiento, de aridez, de desgana, e incluso en los de infidelidad y de pecado.
Recordemos que para estar con Dios no es necesario pasarse todo el día en la iglesia, debemos convertir nuestro corazón en un oratorio al cual retirarnos de cuando en cuando a conversar con él tranquilamente, humildemente, y amorosamente. Todos somos capaces de mantener estos momentos de intimidad con el Señor.
No nos empeñemos en hacer grandes cosas, al contrario no debemos de cansarnos de hacer pequeñas cosas por amor de Dios, que no mira la magnitud de la obra sino el amor que ponemos en ella. No nos extrañemos, ni nos agobiemos si fallamos al principio muchas veces; al final, llegará el hábito.
Insiste el Hno. Lorenzo en que no es necesario hacer grandes cosas: «yo doy la vuelta a la tortilla en la sartén por amor del Señor». Aprovechemos las obras de nuestro propio estado para demostrarle nuestro amor por medio de un trato con él de corazón a corazón.Dios es sencillo y no nos pide grandes cosas: un simple recuerdo, un acto de adoración interior, un pedirle su gracia, un ofrecerle nuestros sufrimientos, un darle gracias, todo esto le agrada al Señor y nos va haciendo dar pasitos hacia la santidad personal que lógicamente tendrá que repercutir en bien de nuestros hermanos y de la iglesia.
Finalmente pidámosle a nuestra Madre la Virgen, ella que fue el primer sagrario, nos ayude a convertir nuestro corazón en otro sagrario donde adoremos al Señor sin cesar… día a día.
Santa María de la Presencia, ruega por nosotros.
Resumen del artículo original de la Revista “Orar”. Preparado por Josefina Varela Lage.
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Comentarios a esta entrada:
Amalia López Mazoy
Gracias Fina!!
La grandeza de la sencillez es lo más grande!!
12:04 | 28/08/17
Robert Fabian
Amén.
7:38 | 11/10/18
Twicsy
Buen post, lo he compartido con mis amigos.
11:51 | 13/12/22
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