MARIO VAZQUEZ CARBALLO

SANTOS Y DIFUNTOS: LA ETERNIDAD Y LA MUERTE

noviembre 3, 2025 · 23:38 X

Comenzamos noviembre con dos celebraciones muy sensibles y significativas en torno a dos grandes temas: la santidad y la muerte.

Las hagiografías, el ansia de la perfección, la admiración por las vidas ejemplares que nos precedieron y el gozo que se nos regala por sus existencias excepcionales, ya por sus milagros o por su valor martirial, son objeto de la celebración del día de Todos los Santos en la certeza de que éstos ya gozan de la vida del cielo.

La muerte es la gran cuestión de nuestra vida. No podemos y por eso no debemos esconderla ni ocultarla.

La liturgia del 2 de noviembre (Conmemoración de todos los fieles difuntos) y el piadoso ejercicio de visitar los cementerios nos recuerdan que la muerte cristiana forma parte del camino de asemejarnos a Dios y que desaparecerá cuando Dios sea todo en todos. Ciertamente, la separación de los afectos terrenos es dolorosa, pero no debemos temerla, porque cuando va acompañada por la oración de sufragio de la Iglesia no puede romper los profundos vínculos que nos unen con Cristo. Este día es una buena ocasión para pensar en el más allá, en las cosas últimas, en la eternidad. Ésta no es un continuo sucederse de días del calendario, sino algo así como la gran plenitud, el momento pleno de satisfacción en el que la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad del ser, de la verdad y del amor.

Como peregrinos en camino hacia la Jerusalén celestial, aguardamos en silencio, con esperanza firme y activa, la salvación del Señor. Mientras, tratamos de caminar por las sendas del bien, sostenidos por la gracia de Dios, recordando siempre que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Heb 13,14).

El mensaje de las bienaventuranzas nos acompaña en la celebración de Todos los Santos. Y es que, efectivamente, los santos son nuestros amigos, son felices como aquella multitud que aparece en el libro del Apocalipsis alabando a Dios con todas sus fuerzas.

La muerte, en cristiano, es hermana nuestra como le llamaba San Francisco de Asís. No es un castigo, es un don que, aunque no estaba en los planes de Dios porque fuimos creados para vivir eternamente, para no morir jamás, es una inexorable realidad que debemos asumir con sentido y esperanza. Sin futuro, incluso el presente se convierte en insoportable para el ser humano. Nada es más difícil de soportar que la ausencia de futuro. Por ello, el mensaje cristiano de la muerte está en las antípodas de la imagen o imágenes terroríficas que la modernidad salvaje nos ofrece, por ejemplo, en la parafernalia que se despliega en torno a la fiesta pagana de Hallowween y otras semejantes.

San Francisco de Asís, con su sencilla y brillante poesía, Tolkien a través de su propia mitología fundamentada en la revelación cristiana y nuestra hermosa liturgia de santos y pecadores, de vivos y muertos, del tiempo y de la eternidad, nos sumergen en los dones celestiales, en la luz que nunca se apaga, en un banquete de ricos manjares, en la saciedad total y absoluta de todos nuestros deseos y anhelos, en un amor eterno y consolador que nos permite ir sumergiéndonos constante y paulatinamente en la gracia y en la esencia divinas.

José Mario Vázquez Carballo

Vicario general de la Diócesis de Lugo