En efecto, la palabra «historia» se escribe con «h» pero, su contenido se nutre de acontecimientos. Los acontecimientos positivos la enriquecen. Los negativos, la deterioran. Los niveles de comportamiento humano son diversos: culturales unos, industriales otros; muchos sociales, y los más éticos, que miran a la moralidad del individuo….
Todos ellos son cotizables en la evaluación de la historia. La cultura eleva la competencia del hombre. La industria enriquece el nivel de vida de las familias. El comportamiento social favorece la convivencia vecinal. Todos estos valores contribuyen a la riqueza de un pueblo, pero, puestos a priorizar los niveles de las distintas aportaciones, salta a la vista que la primacía le corresponde al comportamiento moral de los individuos.
La responsabilidad ética le viene al hombre por su condición social. Las personas somos seres sociales, y nuestras relaciones van en tres direcciones: Dios, los hombres y el mundo. A Dios le debemos el reconocimiento de su soberanía absoluta y la aceptación de nuestra adhesión a su voluntad. A los hombres les debemos la valoración de su dignidad, como supremo valor creado, y el respeto a sus derechos; y sobre el mundo, reconocemos nuestro señorío y nuestras responsabilidades.
De nuestra actitud ante estas 3 relaciones, surge el concepto del bien y del mal. Bueno es lo que se ajusta a la voluntad de Dios, a los derechos de las personas y al respeto a la naturaleza. Nunca es lícito hacer el mal, ni siquiera en función de un bien, puesto que el fin no justifica los medios. Pueden darse circunstancias conflictivas, como el caso de poner una causa de la cual se siguen dos efectos: uno bueno y otro malo. ¿Cómo proceder en estas situaciones? Cuidando, 1°, que la acción de la que se sigue doble efecto sea buena o al menos indiferente. 2°, que el efecto que se pretende sea bueno. Nunca se puede pretender hacer algo malo, por buenas que sean las intenciones, puesto que el fin no justifica los medios. 3°, que el efecto bueno se siga antes o al menos, tan inmediatamente como el malo. Y 4°, que exista un motivo suficientemente grave para permitir el efecto malo.
En éste y en todos los casos, la suprema norma de comportamiento es la conciencia. Ahora bien, la conciencia hay que formarla doctrinalmente y capacitarla operativamente, cultivando las buenas costumbres, de las cuales se integra la historia de los pueblos.
La palabra «historia» se escribe con «h». La historia de los pueblos se construye con el comportamiento de los ciudadanos.
Resumiendo: «historia» palabra del diccionario, se escribe con «h». La historia de los pueblos se escribe trayendo a la memoria los acontecimientos de las generaciones pasadas. A nosotros nos toca escribir la historia actual: hagámoslo con «buena letra».
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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