Hoy se celebra la fiesta del Bautismo de Jesús. Con esta fiesta litúrgica se cierra el ciclo de la Navidad. El bautismo de Jesús es, en realidad, una nueva epifanía, es decir, una manifestación de Dios que se revela en su Hijo Jesucristo, como lo hizo en Belén a los pastores y a los sabios venidos de Oriente. Por eso, esta fiesta marca un «antes» y un «después» en la existencia cristiana. El «antes» lo vivió Jesús silenciosamente en Nazaret. El «después» comienza con su Bautismo en el río Jordán.
En Jesús hay que distinguir dos unciones: una unción ontológica, que afecta a su ser, la cual tuvo lugar en su encarnación y por la cual se hizo «uno de nosotros». Y una unción dinámica, que tuvo lugar en su Bautismo. Por ello se hizo «uno para nosotros». Y por eso, Jesucristo tiene conciencia de que vino al mundo no
para “ser servido» sino para «servir». Y esta misión de servicio comienza con gran humildad: se pone a la cola, como un pecador más, y suplica ser bautizado por Juan.
EI premio a tanta humildad no se hace esperar: «Este es mi Hijo muy amado; escucharle». Está claro que “el que se humilla, es enaltecido», como nos dirá más tarde el propio Jesucristo. Tampoco cabe para nosotros dicha más grande que el de ser en Cristo, Hijos del mismo Padre, que incorporados a ÉI, por el santo bautismo, somos elevados a la dignidad de Hijos de Dios. Nuestra dignidad no puede ser mayor. Y nuestra responsabilidad tampoco. Para corresponder a tan alto honor, escuchemos a Jesucristo, como se nos dijo en el Jordán. Solo escuchando lo que Jesús enseña e imitando lo que Él hace, seremos dignos hijos de tan buen Padre. Jesús lo es por generación eterna. Nosotros lo somos por adopción gratuita. Por nuestra condición de miembros de Cristo, somos sujetos de un amor preferencial por parte del Padre Celestial, y de una singular providencia por parte de Jesucristo, nuestro Hermano mayor. El es Dios y es hombre. Nosotros seguimos siendo humanos, pero por el bautismo quedamos incorporados a Cristo, y por esta incorporación tenemos la misma dignidad que el propio Jesucristo, pero nuestra responsabilidad es también igual a la suya, porque «nobleza obliga».
Tomemos, pues, conciencia de que la misión de un cristiano es idéntica a la de Jesucristo: cristianizar el mundo, para que los seres humanos puedan adquirir la categoría de hijos de Dios y, como tales, asuman el Evangelio como programa de sus vidas. De esta manera, el clima social de nuestras comunidades será más fraternal y solidario y se extenderá por la humanidad la caridad fraterna con los más pobres y necesitados.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la S.I.C. Basílica de Lugo