Releyendo a Miguel de Unamuno me encontré con esta cita que llena de contenido y de sentido de transcendencia el amor humano: “Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir. O tal vez obra así: obra como si hubieses de morirte mañana, pero para sobrevivir y eternizarte”.
La regla de oro («Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella») se conoce en muchas culturas como norma de vida buena. Más fuerza tiene aún el mandamiento del amor en el Antiguo Testamento: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19,18). Jesucristo enriquece este mandamiento del Amor mutuo y de la “cáritas” fundamentándolo en sí mismo y en la entrega de su vida de un modo sacrificial: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). Este amor se dirige por igual a la comunidad y a la persona: cada uno de nosotros es una persona amada por Dios y está destinado al amor a los demás.
Pablo VI, Juan Pablo II y el Papa Francisco, así como los documentos más significativos de la doctrina social de la Iglesia, recuerdan, con firmeza, que el amor de Dios es el amor más grande, el primero, del cual procedemos y el comienzo de una “civilización del amor” a la que todos los seres humanos debemos contribuir.
Muy recientemente, en un artículo titulado “los pobres y nosotros”, Juan Manuel de Prada escribía que la soledad indeseada no hace sino extenderse entre la población, que la quiebra de los vínculos comunitarios se torna cada vez más evidente y añade: “y es normal que así suceda, porque allá donde no existe conciencia de una paternidad común es muy difícil que la gente sienta al prójimo (sobre todo si es un prójimo que huele que apesta) como un hermano”. De ahí la necesidad de recuperar a Dios en la sociedad como fundamento de una vida buena, de revalorizar los diez mandamientos como normas imperecederas de la ley natural y como piedra angular de una sociedad feliz. El gran teólogo y médico misionero A. Schweitzer (1875-1965) llegó a afirmar a este respecto: “de lo que no dejo de asombrarme es que en el mundo haya más de treinta millones de leyes para cumplir los diez mandamientos”.
Hoy es Corpus Christi. Celebrarlo significa recordar que somos hijos de Dios convocados a la fraternidad y a la paz. Participemos en las celebraciones que organiza la Diócesis de Lugo en la Plaza de Santa María y en la Catedral con la finalidad de agradecer a Dios el don de la Eucaristía (Eucaristía y caridad son inseparables) y de educar a las futuras generaciones ya que la caridad no es solamente un sentimiento sino una virtud que hay que educar y entrenar. Volverse más justo, más pacífico, más resuelto, más valiente, más lleno de caridad es un reto para cualquier ciudadano y para todos los cristianos. Las actividades que con tanto esfuerzo se organizan estos días en la ciudad serán también un estímulo para realizar estos objetivos: la belleza, la música y el arte, el X festival internacional de música de órgano en la catedral de Lugo, el pregón de la caridad con todas las actividades organizadas con motivo de este día, la inauguración de la nueva sede de Cáritas, las exposiciones organizadas por el Museo Diocesano (copones y píxides, hemeroteca, actividades de interpretación del patrimonio relativo al Corpus), la Ofrenda de Galicia al Santísimo Sacramento, etc., convierten nuestra CIUDAD DEL SACRAMENTO, estos días, en una gran fiesta. San Agustín llegó a afirmar que a aquellos que aman a Dios, Él los hace buenos y convierte sus errores en bondad y bien. Releo en un antiguo ejemplar de “El Progreso”: “Extraordinaria brillantez revistieron los actos del Corpus en Lugo”. Ojalá podamos reescribir hoy este titular.
Mario Vázquez Carballo
Vicario General de la Diócesis de Lugo
Deán de la Catedral