INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

La historia se repite

mayo 22, 2024 · 16:07 X

El pueblo judío ha sido siempre muy rico en religiosidad, pero dicha religiosidad habitualmente se ha visto condicionada por la idiosincrasia de los distintos sectores sociales del pueblo. En tiempos de Jesucristo los sectores judíos fundamentales eran tres:

– Los letrados o doctores, conocedores de la ley, que la interpretaban según la tradición de los mayores y que influían grandemente en las costumbres de su tiempo.

– Los judíos hipócritas que se cuidaban mucho del cumplimiento aparente de las tradiciones judaicas, sin importarles el espíritu de su conducta.

– Y el grupo de los seguidores de Jesús, gran maestro de Galilea, según el cual, lo que salva no es la letra de la ley, sino el espíritu que se pone en el cumplimiento de la voluntad del Padre.

Pasado el tiempo, y conforme las leyes biológicas de la naturaleza humana, aquella mentalidad del pueblo cambió; pero la ley de Jesucristo se mantuvo inmutable. Con amor inmenso, Dios nos creó y nos dijo «creced y multiplicaos y llenad la tierra extensiva e intensivamente”. Es decir, multiplicaos en número, hasta llenar la tierra y creced cualitativamente para que podáis ejercer responsablemente vuestro señorío sobre la creación.

Según el plan de Dios, el hombre es el señor del mundo y tiene el cometido de perfeccionarlo.

El mundo que Dios ha creado, es bueno, pero es perfeccionable, y al hombre se le confiere este cometido. Nuestra misión es dejar tras nosotros un mundo mejor; unas costumbres más cristianas; una sociedad más justa; unas familias más unidas; una Iglesia más santa… Precioso cometido el nuestro; pero no libre de dificultades. Para poder llevarlo a feliz término, lo primero que se nos pide es capacitarnos para mejorarlo. Aquí no vale de que «el querer es poder». Jesús nos lo advierte en el Evangelio de este tiempo de Pascua: «un ciego no puede guiar a otro ciego». Por muy buena voluntad, antes tendrá que curarse de su ceguera; pues de lo contrario ciego y lazarillo correrán el peligro de precipitarse por el despeñadero.

Nosotros abundamos en críticas a los demás, diciendo que son avaros, egoístas, soberbios, malos vecinos… Puede que sea verdad. Pero ¿cómo soy yo? ¡Cuánto hay mío de lo que critico en los demás! Vemos la paja en el ojo del vecino y no vemos la viga en el nuestro. En vez de criticar a los demás debiéramos empezar por la autocrítica, pues, de lo contrario nos aplicarán el refrán «médico, cúrate a ti mismo». ¿Cómo puede un padre inculcar a sus hijos que sean bien educados si él es un blasfemo?, ¿cómo puede un matrimonio pretender que su familia cumpla con el precepto dominical si los miembros del hogar nunca pisan la parroquia?, ¿cómo puede un párroco inculcar a sus feligreses el espíritu de desprendimiento en favor de los necesitados del pueblo si él es un avaro?

Las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra. Los cristianos debemos ser como los granos de trigo cuya vocación de trigo multiplica el fruto del ciento por uno. Para colmo el Evangelio nos dice: «La medida que uséis con el vecino, la usarán con vosotros». Lo que repartimos en favor del necesitado, lo estamos sembrando en fértil tierra, cuyo fruto se multiplicará aquí y en la eternidad. En la realización de la cosecha intervienen dos manos, la recreadora de Dios, que aporta la materia prima, y la mano del hombre que pone la simiente en la tierra. Agradezcamos al Señor el pan de cada día, y pidámosle que no falte en ninguna mesa el pan para todos, ni el agradecimiento nuestro para el Señor que nos lo da todo tan generosamente.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo