La historia nos lo confirma. El bien y el mal son incompatibles. Lo bueno y lo mejor son complementarios. A imitación de Jesucristo, hagamos siempre lo mejor que esté en nuestras manos.
El agua es juntamente con la tierra, el aire y el fuego uno de los elementos básicos de la constitución de los cuerpos. Sin agua no hay vida. Así considerada, ella tiene prioridad sobre otros elementos de la creación. Sin embargo, para festejar los grandes acontecimientos de la historia, preferimos el vino al agua. Una prueba de esto, es lo acontecido en el banquete de Caná de Galilea. Allí abundaba el agua, pero se había agotado el vino y está carencia se hubiera convertido en aguafiestas del banquete, si Jesús no estuviera allí para convertir el agua en vino.
Con este milagro, el Señor demostró que era todopoderoso e infinitamente bondadoso, con capacidad para regalar aquellos esposos un vino abundante en cantidad y de mejor calidad que la de aquel que los novios habían previsto para celebrar su boda.
En el proceso de este actuar de Jesús, advertimos, en primer lugar, la intervención de Maria. Ella conoce la sensibilidad de su hijo y le advierte de lo feo que hubiera sido para aquellos esposos tener que suspender la fiesta por falta de vino. Maria es la omnipotencia suplicante.
Alegrémonos de ello, no olvidemos que “a Jesús se va por Maria”.
La segunda enseñanza es la prontitud de los sirvientes para llenar las tinajas, tal como lo ordenara el Señor. Ellos no hicieron el milagro pero su comportamiento contribuyó a que Jesús convirtiera el agua en vino.
Esta es una enseñanza a tener en cuenta: “que de Dios somos colaboradores”. Dios alquiló el mundo a los valientes para que lo custodien y lo perfeccionen. Es el actuar providencial de Dios, Él tiene la primera palabra, pero la última la tiene el hombre. Consiguientemente, allí donde nos puso el Señor, procuremos florecer para que todo el mundo pueda percibir el aromático perfume moral de nuestro actuar cristiano.
Es más perfecto perdonar al enemigo que amar al amigo. Es más grato al Señor devolver bien por mal, que hacer favores al que no los tiene merecidos.
Si nos comportamos así, haremos del mundo un paraíso en la tierra y Dios nos lo compensará con el paraíso celestial.
De todo esto da ejemplo Jesucristo. ¡Imitemosle!, porque la realeza, más que autoridad, es ejemplaridad.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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