Según la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa, y tiene como base dos polos: la confianza en una persona fiel de cuya veracidad no le cabe la menor duda al creyente.
La virtud teologal de la fe sigue un proceso evolutivo tanto a nivel histórico como a nivel personal. La primera vez que la Biblia hace referencia a esta virtud, es Dios llamando a Abraham, cuyos padres servían a otros Dioses en Caldea, y le promete una descendencia numerosa, si le adora sólo a él, el único Dios verdadero, y le convierte en el precursor de los creyentes.
La fe es oscura porque es mistérica, pero es fiable porque es infalible, y así como el escribano ratifica su rúbrica con el sello de su departamento, el Señor garantiza la veracidad de su revelación con acontecimientos que demuestran la infalibilidad de la palabra revelada. El primer acontecimiento de la infalibilidad de la fe, ha sido la liberación de Egipto, cuya historicidad Israel transmite a sus hijos en fórmulas religiosas, con ocasión de las fiestas de su año litúrgico.
El Dios de Abraham promete a Moisés estar con él para llevar a Israel a la tierra de promisión, Moisés cree a pie juntillas la promesa del Señor, a pesar de las múltiples peripecias de la historia de salvación, y Yavé que quiere la salvación de su pueblo, propone un pacto de alianza a Israel, formulado en estos términos: «Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo». En estos términos queda rubricada la definitiva alianza entre Dios e Israel, en virtud de la cual Yavé se compromete a tener una providencia protectora con los hombres, a condición de que los hombres se comprometan a no adorar a otras divinidades, más que a Yavé, el único Dios verdadero.
Pero corren los tiempos, y los hombres no siempre cumplen lo jurado en el pacto de la alianza firmada, por lo cual las vicisitudes adversas de la historia también afectan al pueblo de Israel. Sin embargo, la promesa de Yavé se mantiene firme, y su providencia acude siempre a remediar las adversidades del pueblo, y se cumple aquello de Jesús: «Si no creéis a mis palabras, creed a mis obras», ellas son prueba contundente de mi veracidad.
La divina providencia convierte nuestra fe en una virtud en constante crecimiento, siempre que en el corazón del hombre se mantenga una actitud de humilde fidelidad a Dios, en el cual creemos. A esta fidelidad del pueblo contribuyen los sucesivos acontecimientos históricos, en los que Dios dejó de implicarse a favor de su pueblo. Este comportamiento de Yavé recordaba a los israelitas la fidelidad del Señor a sus promesas aliancistas, y contribuía a que la palabra revelada calase cada vez más honda en el corazón de los hombres. Este comportamiento providencial acrecentaba la fe de Israel, porque la palabra de Dios se apoyaba en la actuación providente del Señor en favor de su pueblo, a la cual llamamos historia de salvación, por la cual discurre la vida del creyente hacia el encuentro definitivo con el Señor.
Cuando el bebé está en su cuna recién estrenada, sus padres ya están amádole, pero él no cae en la cuenta de que sus progenitores le están queriendo.
Pero en el lecho mortuorio, su padre le mirará por última vez, y entonces el hijo tomará conciencia del cariño paterno de que ha sido objeto, y llorará la pérdida de un ser que tanto le ha querido. Esto debe recordarnos que la vida cristiana debe ser correspondencia al inmenso amor de Dios, que nos amó primero y sin medida.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo