INDALECIO GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

El Bautismo, nuestro segundo nacimiento

enero 14, 2022 · 17:21 1

El plan redentor de Dios se puso en marcha nada más se había hundido el hombre en el abismo del pecado. Su proceso será largo. Comienza con la promesa de salvación formulada por el Señor en el mismo paraíso terrenal, y tendrá su pleno cumplimiento en la encarnación del Hijo de Dios. Este asombroso acontecimiento se le comunicó al pueblo judío por medio de los ángeles, en la persona de los pastores, y al pueblo gentil, por medio de una estrella, en la persona de los Magos.

La andadura del Redentor entre nosotros se desenvuelve como la de un vecino más de Nazaret, sin que nadie pudiera sospechar que aquel niño juguetón y aquel joven aprendiz de carpintero fuera el Hijo de Dios. Su aterrizaje entre nosotros ha sido totalmente clandestino. En su concepción la única persona interviniente fue María, que dijo «sí” al Ángel anunciador del misterio de la encarnación. Su clandestinidad continuó en la cuna en la que se limitó a recibir el alimento que le proporcionaba su madre. Ella ha sido la que le enseñó a hablar y a dar los primeros pasos; a distinguir el bien del mal; a ser persona, en una palabra. Cuando en el desierto, Yahvé alimentó al pueblo con el milagroso «maná”, los israelitas se preguntaban qué era aquello. Algo extraordinario había en aquel blanco alimento caído del cielo, y no se interesaban por su calidad ni por su procedencia. Ahora les bastaba saber que aquel niño era hijo de José y de María. Jesús seguía viviendo en la clandestinidad sobrenatural, sin que nadie sospechara que era una persona caída del Cielo, que venía a redimir a los hombres. Pero él tenía clara conciencia de que su misión era salvarnos, y no pudo silenciarlo por más tiempo; por ello a los 30 años, se desnudó de su clandestinidad, pidiéndole a Juan que le bautizase públicamente, momento que aprovechó el Padre Eterno para decirnos: “Este es mi hijo, muy amado, escucharle”. Con esta proclamación de la divinidad de Jesús, comienza una nueva etapa en la historia del mundo. La noche del pecado se hace sol de gracia, y el hombre, víctima de la tentación diabólica, queda incorporado a Jesucristo, como miembro de su cuerpo místico.

Este acontecimiento redentor ya había sido prefigurado repetidas veces en el Antiguo Testamento. La palabra bautismo significa purificación, lavatorio; nada extraño, pues, que, en los símbolos de la historia sagrada, esté presente el agua como elemento de purificación.

El bautismo de Juan comportaba el reconocimiento de los propios pecados y un esfuerzo de conversión definitiva, pero no afectaba al estatus original del neófito. Era tan sólo un bautismo de agua preparatorio para el bautismo mesiánico, con el cual Jesús convirtió el bautismo ritual del Jordán en bautismo sacramento, que nos hace hijos de Dios y miembros vivos de Jesucristo, cuyos efectos están significados en el agua y la sangre que brotaron del costado del Señor en la tarde del Viernes Santo. El agua significa purificación de toda mancha de pecado, y la sangre significa nueva vida.

El bautismo es como un segundo nacimiento. Esta es la grandeza operativa del sacramento del Bautismo, y consiguientemente, grande es también la responsabilidad de los padres de bautizar a sus hijos recién nacidos; pero su responsabilidad no es algo puntual que concluye realizado el rito sacramental. Sobre la conciencia de los progenitores pesa también el deber de educar en la fe a los ya bautizados, para que la gracia bautismal fructifique en buenas obras, en la medida en que la conciencia de los nuevos cristianos se vaya abriendo a la responsabilidad personal.

Incorporad, padres de familia, vuestros hijos a la Iglesia, para que bajo su tutela maternal y la vuestra paternal crezcan en gracia y eclesialidad.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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