El Adviento mira a la Navidad, como la primavera mira al verano. El Adviento es tiempo de gozosa esperanza y de cristiana responsabilidad. El hombre es más lo que espera que lo que posee. La esperanza lo convierte en conquistador; le estimula a buscar algo mejor.
Ningún bien comparable a Dios en nuestro mundo y en la vida de cada uno de nosotros. Esta divina bondad nos la ofrece Jesucristo en Navidad. Hay que hacer sitio al Mesías Salvador. El Bautista nos urge abrir nuestras puertas al Señor y a acogerlo con corazón limpio. Se impone un cambio radical en el mundo. Da la impresión de que en nuestro mundo no hay espacio para Dios. Nuestra sociedad no valora a Dios, pero lo necesita.
Urge cambiar el derrotismo por el convencimiento de que «otro mundo» es posible.
Urge que nos cambiemos nosotros mismos, convencidos de que una vida más cristiana es posible.
Urge cambiar ya, porque el mañana no es nuestro y porque al Señor le agrada la inmediatez. Urge cambiar el ambiente, ya que los ambientes, buenos o malos, son el resultado de muchos comportamientos concretos, y el ambiente actual es refractario a Dios y a sus divinos valores.
Urge cambiar el convencimiento de que nosotros solos no podemos cambiar el mundo. Necesitamos la ayuda del Señor. Nosotros no podemos hacer nada bueno sin la ayuda de lo alto. Insistamos pues: “Ven, Señor Jesús”. Pero el Señor, que podría hacerlo todo sin nosotros, pide nuestra colaboración y nos urge: “Estoy a la puerta y llamo”. Abrámosle, y el mundo será digna morada de los hijos de Dios.
Nuestras insatisfacciones de hoy pueden acelerar las soluciones del mañana. La sed es acicate para buscar la fuente. La sed es signo de insatisfacción. La insatisfacción es fuerza que nos mueve a superarnos continuamente. La capacidad receptiva del ser humano es tan grande que sólo los valores sobrenaturales pueden llenarnos. Pero en la actual postmodernidad, los valores religiosos están en desuso. Hoy lo que vale es lo «horriblemente vello y lo trágicamente divertido”. Y las tragedias se multiplican en el hogar, en la enseñanza, en la política, en la moral…, en casi todo. Tenemos que rectificar y empezar de nuevo. El Adviento puede ser buena oportunidad para ponernos en camino, con pasión y entusiasmo. No bastan los ejercicios rutinarios. No basta con peregrinar a Tierra Santa o a Compostela. Todo eso tiene un valor relativo. Lo importante es presentarse al Señor con un corazón dispuesto a escuchar su palabra, con una voluntad dispuesta a corregir defectos y con una actitud de acogida para todo el que se acerque a nosotros en demanda de ayuda. Los ejercicios clásicos de «oración, limosna y ayuno “son palabras gastadas. Revistámoslas de pasión y de espíritu, para que cobren vida y ayuden a impregnarnos del buen olor de Cristo y a difundirlo por este mundo moralmente nauseabundo. Si así lo hacemos, el Adviento será camino hacia un mundo nuevo.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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