La gracia es el don más preciado de Dios al hombre. Es el sol de vida. Sin el sol, el día se hace noche. Sin la gracia, la vida se hace muerte. Los cristianos que han perdido la gracia santificante son cadáveres ambulantes.
Así se comportó el Señor con nosotros. Primero fue el beso de Dios; después, la maldad de los hombres.
Cuando nacemos, hay en nosotros más gracia que pecado. Con la gracia lo podemos todo. «Te basta mi gracia” le dijo el Señor a S. Pablo.
Sin embargo, también el pecado tiene fuerza seductora. Por cada promesa de felicidad, te exige una porción de libertad, hasta convertirte en esclavo. Pero el pecado no es invencible. Dios viene en nuestra ayuda: “Estoy a la puerta y llamo».
El Adviento, que acabamos de estrenar, nos recuerda que el Señor quiere regalarnos sus dones. Abrámosle nuestro corazón, ahora que llama a nuestra puerta.
Aprovechemos la ocasión. No dejemos para mañana la ofrenda de gracia que Jesús nos hace hoy. El gusta de las respuestas inmediatas:” Zaqueo, baja enseguida…», y la salvación entró en la casa de Zaqueo.
También entrará en la nuestra, si escuchamos su llamada y aceptamos su oferta.
Las crisis están a la vista, pero la oferta del Señor permanece. Pues, contra crisis, esperanza.
También abunda crisis espiritual.
Pues contra crisis, esperanza.
Sin esperanza, el mismo amor, la familia, la amistad, etc. no son más que un cúmulo de preocupaciones y de constante dolor.
La esperanza es el mejor antídoto contra todo tipo de frustración.
Con esperanza todo se supera.
Pues, el plato de la esperanza está servido en la mesa de la liturgia de adviento. Comamos de este manjar, y nuestra esperanza se convertirá en la realidad prometida.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo
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