Queridos hermanos: el año transcurrido desde la última celebración de esta Jornada ha estado marcado por la experiencia de la pandemia, que nos ha confrontado a todos, de varias maneras, con el desafío de la enfermedad, de la soledad y también directamente con el de la muerte, con frecuencia de conocidos o seres queridos.
Al mismo tiempo, ha sido un año en que hemos podido experimentar el significado de la fe en Dios, Señor de la vida, que nos da la esperanza de la resurrección, y el de la caridad, que ha iluminado y sostenido nuestro caminar. ¡Cómo hemos podido apreciar la oración, el rezar unos por otros, el rezar juntos, aunque fuese a veces con la ayuda de una pantalla! E igualmente, ¡cómo se ha consolado el corazón ante gestos reales de amor, de sacrificio!
Sin duda, este ha sido un tiempo en que percibimos la importancia de no quedarnos solos, el espejismo inmenso del individualismo, de pensar que no necesitamos de nadie; y en que nos alegramos de comprobar que, como dice el lema, “somos una gran familia”, contigo y conmigo, sentida cercana en la compañía a nuestra soledad, en la atención afectuosa a nuestras necesidades, en la vivencia de una responsabilidad compartida con las personas de nuestro entorno.
Demos gracias a Dios por pertenecer a su pueblo, por nuestro ser familia suya, que tiene el rostro concreto de nuestras parroquias y de nuestra Iglesia diocesana, de la compañía real y cotidiana que podemos vivir juntos todos los días.
Pero demos gracias también a nuestros hermanos, que han sido y son presencia buena, apoyo en las circunstancias que estamos viviendo; que nos ayudan a conservar la fe del corazón y la esperanza, a dejar atrás el miedo y a sentirnos llamados a ejercer nosotros mismos la caridad con quien lo necesite, en nuestras casas y nuestros pueblos.
Cuidemos y demos vida a esta “gran familia” con nuestra presencia personal, rezando unidos, participando en las celebraciones dominicales y festivas, en la organización de formas de compañía, de ayuda y caridad: siempre juntos, como quisimos vivir la pandemia.
Compartamos tiempo y recursos con generosidad, libremente, igual que tenemos en común la esperanza y la fe del corazón. No dejemos a nadie solo o abandonado; que nuestra “familia” sea real.
Pidamos los unos por los otros, y encomendémonos a la protección de la santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Que por su intercesión Dios nos bendiga a todos con una misericordia abundante, en nuestras casas y parroquias; y especialmente como Iglesia diocesana, familia suya en esta tierra, un año más.
+Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo