El hombre viene al mundo con multitud de indigencias. Su carencia es total: si no le alimentan, muera de hambre; si no le procuran ropa de abrigo, se muere de frío; si no le enseñan a leer, será analfabeto de por vida…
La carencia es pobreza, pero no todas las carencias son igualitarias. La cuantía y el valor de las carencias condicionan nuestras pobrezas. Es más pobre el que carece de pan, que el que carece de cultura o de prestigio social…
Todos tenemos deficiencias físicas y deficiencias psíquicas. Pero no seamos pesimistas, ya que en este mundo en que nosotros vivimos abunda más lo positivo que lo negativo. Suplantemos el derrotismo por la esperanza de que lo que hoy es un fracaso, mañana será éxito. La esperanza es virtud congénita en el hombre. El agricultor que hoy siembra grano en la tierra, lo hace con la gozosa ilusión de que el trigo que hoy arroja en el surco, mañana será pan en su mesa… Así nos lo recuerda el salmista: “los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”. El agricultor que “al ir, iba llorando, llevando la semilla, al volver, vuelve contando, trayendo sus gavillas”.
Todos los hombres vivimos de esperanza. Desde que nacemos, miramos al futuro: vivimos en esperanza. Cuando se pierde toda visión de futuro, surge la frustración. El presente es el futuro realizado, y el futuro es el presente aún no cumplido. Y puesto que el “hoy” condiciona el “mañana”, el presente es el futuro “prerealizándose”. Esto quiere decir que, en buena medida, somos constructores de nuestro mañana. Pero para que nuestra empresa sea exitosa, se requiere una motivación que justifique nuestro sacrificio. Tal motivación nace de la valoración del fin a conseguir, de la garantía del éxito buscado y de los medios de que se dispone en función del cometido emprendido.
La esperanza es más que “guardar”, es colaborar con el Señor, el cual, al crearnos, nos confió una misión a realizar, diciéndonos: “creced y multiplicaos, y someted la tierra” (Gen. 1,28). El cometido del hombre es trabajar en el perfeccionamiento del mundo material y espiritual. La experiencia nos dice que nuestras manos han mejorado notablemente el hábitat de nuestros antepasados. Aun reconociendo que queda mucho por hacer en nuestro entorno, no podemos ignorar que nuestro mundo aventaja mucho al de nuestros abuelos.
Valoramos los adelantos que la mano del hombre ha propiciado a estos tiempos en que nos ha tocado vivir; pero no nos detengamos en el camino, pues aun nos falta mucho para llegar a la meta. Somos colaboradores del Señor, sigamos preocupándonos por un mundo mejor.
Mons. Indalecio Gómez Varela
Canónigo S. I. Catedral Basílica de Lugo
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