Del tema funerario sabemos mucho los curas, pero no solo los curas. En Galicia se conserva la buena costumbre de «estar» al lado de quien ha perdido un ser querido. Por eso los funerales se celebran casi siempre con la asistencia masiva de vecinos y amigos. También se da a conocer la noticia del fallecimiento de alguien por todos los medios: esquelas murales en los lugares acostumbrados del pueblo, las que se publican en prensa o radio y, últimamente, también en las RR. SS. y por correo electrónico.
Los curas tenemos que estar siempre disponibles para cuando surge un funeral y hacerlo el día y a la hora que la familia considera mejor. No importa que haya otra cosa en la agenda. Todo queda en función de la voluntad de la familia. Por supuesto que nadie quiere una misa de funeral antes de las doce de la mañana ni después de las cinco o siete de la tarde, dependiendo de si estamos en verano o invierno. Lo mismo sucede con los aniversarios. Y el rosario o misa de velatorio tampoco nadie los quiere antes de las ocho de la tarde para que puedan venir los que trabajan hasta esa hora.
Podría contar aquí una docena de anécdotas relacionadas con la fecha y hora de funerales de entierro y aniversarios por las que no sabríamos si reírnos o llorar, a pesar de lo delicado del asunto.
Con esta descripción de las cosas que acabo de hacer puede concluirse fácilmente que el difunto es lo que menos nos importa en un funeral. Y esto ya sería el colmo de los colmos. Pero en esas estamos. Ya sé que el difunto pertenece a una familia y que en estos casos todo va unido. Pero también es cierto que todo lo que se hace es en función de la familia y de los amigos de la familia: «para que puedan venir».
Entonces, ¿qué pasa con el difunto?, ¿qué beneficios tienen para él los pésames en forma de abrazo, firma o tarjeta (ahora también por e-mail) que se le dan a la familia? Por cierto, el momento de la paz y de la comunión de la misa no es para dar el pésame a la familia, que también hay mucho de esto: personas que no van nunca a misa y ese día van y, además, comulgan, así se aseguran de que «los vieron» los de la familia.
Insisto, tengamos cuidado de no olvidarnos del difunto cuando vamos a un funeral. Una cosa es el acompañamiento a la familia, que lo tenemos claro, y otra cosa es lo que podemos y debemos hacer por una persona cuando se terminan sus días en este mundo.
Si somos cristianos y vamos a la celebración de un funeral cristiano, la primera cosa que tenemos que hacer es pedirle a Dios que sea misericordioso con el difunto por el que estamos allí y que le conceda la vida eterna. Y la segunda es la de hacer memoria del difunto ante Jesucristo. Esto se hace participando como se debe en la eucaristía, estando con actitud de oración y con un silencio respetuoso tanto en el interior de la iglesia como en la procesión hacia el cementerio y en el momento de la inhumación.
Lo del silencio respetuoso sirve también para los no cristianos y para los funerales civiles. Es que, además, sabemos cómo hacerlo. El mismo silencio y respeto que hay cuando se trata de la muerte de un joven también debiera haberlo cuando es una persona mayor.
Cuando vayamos a un funeral no vayamos solo por quedar bien con la familia, vayamos también por el difunto que necesita de nuestras oraciones. Si lo hacemos así, todo será muy distinto.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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