Dios como antídoto
Sospecho que ya nos estamos empezando a acostumbrar a ver todos los días casos de violencia de todo tipo: de género, escolar, abusos sexuales, acoso en las redes sociales, insultos, apología de agresiones, etc. E igualmente, también nos estamos acostumbrando a las muestras de repulsa, que casi hacemos de oficio: una declaración, un manifiesto, un lazo, un color, una pancarta, una concentración de apoyo…
Hasta parece que esperamos este tipo de noticias del mismo modo que las indicaciones del informativo meteorológico: «a ver dónde llueve hoy» o «a ver dónde asesinan hoy a otra mujer». Por lo mismo, hablamos igual del tiempo que de los casos de violencia o de vinos. Todos sabemos de todo y todos opinamos de todo, buscando las causas, pues las consecuencias están a la vista.
Sin embargo, creo que estamos fallando al apuntar las causas de esta espiral de violencia, que sigue aumento y que para nada son ya casos aislados. Se probó con la “Educación para la ciudadanía”, pero no estamos viendo resultados. Las campañas de concienciación en favor de la paz, la no violencia y el respeto de los derechos humanos son muy abundantes y, de hecho, la sociedad está muy sensibilizada con este tema, pero con demasiada frecuencia tenemos que presenciar sucesos terribles, en los que denominador común es la violencia, que terminan con la vida de muchos a lo largo del año.
Mi perspectiva histórica es reducida, solo de unos 40 años. Si miramos atrás vemos cómo la violencia fue aumentando en la misma medida en la que descendió la presencia de Dios en la sociedad. Dicho de otro modo, apartamos a Dios de nuestras vidas y se introdujo, sin darnos cuenta, la violencia. Sin Dios impera la ley de la selva, que ya sabemos en qué consiste: las únicas normas son la de la fuerza y la del propio interés.
A esto tendríamos que añadir las desconocidas consecuencias de la dictadura del relativismo y de lo políticamente correcto.
Termino con dos citas bíblicas que avalan el título de este artículo.
“Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un mástil, y si alguien había sido mordido por una serpiente, miraba fijamente la serpiente de bronce y vivía.” (Nm 21, 9)
“Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no es juzgado; pero quien no cree ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Hijo Unigénito de Dios. Éste es el juicio: que vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios.” (Jn 3, 14-21)
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
Foto: Elentir
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