Estoy pensando en dedicarme a la política. El punto central del programa electoral será la eliminación del deporte. El motivo es que no creo en el deporte, ya que no existe. La prueba de que no existe es evidente: yo no lo práctico.
Si gano, haré lo siguiente: no se concederá un solo euro para actividades deportivas; las instalaciones habilitadas para ello serán destinadas a otros usos; en los colegios dejará de impartirse la asignatura de Educación Física y en los patios de recreo solo se podrá comer el bocadillo. También se vigilarán los juegos clásicos de los niños por si pudieran ser confundidos con alguna actividad deportiva (el pilla-pilla, el escondite o saltar a la cuerda, etc); asimismo, se suprimirán los juegos de naipes en los bares. Se endurecerán los requisitos para la apertura de gimnasios; hacer deporte es algo que corresponde solo a un acto estrictamente personal por lo que solo se podrá hacer en la intimidad de la casa, garaje o finca, nunca en lugares públicos. Como alcalde, no representaré a los ciudadanos en actos públicos o privados que tengan relación con el deporte, pues no es mi cometido y, además, se pueden ofender los que no practican ningún deporte o los que son simpatizantes de un deporte o equipo distinto del que sea objeto un acto concreto. Se trataría, al fin, de conseguir una sociedad sedentaria y “adeportiva”.
Pocas veces leyeron tantas estupideces juntas en unas pocas líneas, ¿verdad? El supuesto que acabo de exponer es un absurdo. El deporte existe desde siempre, aunque no lo practique por pereza o falta de oportunidad.
Las cosas existen con la autonomía que el Creador les concedió en el momento que les dio la existencia (GS 36). Por lo tanto, su ser no depende de mi voluntad o de las ideas que estén de moda en cada momento.
Si ahora cambian la palabra “deporte” por “religión” o “Iglesia Católica” tienen el capítulo principal de los programas de la mayoría de los partidos políticos y los argumentos que se están dando para no asistir a actos religiosos en representación del pueblo que los ha elegido.
Lo peor de todo es que mientras luchamos esta batalla, estamos privando al mundo de los beneficios de la religión en la vida de las personas y de la sociedad. Alguien dijo que «las Biblias no son permitidas en las escuelas. Pero sí las permiten en prisión. Si dejaran a los niños leerlas en las escuelas, muchos de ellos no llegarían a la prisión»
Negar la existencia de Dios y de las religiones con los argumentos que exponen algunos es un acto de mucha temeridad. Otra cosa es que tengamos dificultad para conocer a Dios. Somos limitados y Dios ilimitado, por tanto, siempre nos va a quedar mucho sin conocer, pero no es razón para negar su existencia y la necesidad de las relaciones de los hombres con Dios, incluyendo su manifestación pública.
En este tema hay mucho odio, indiferencia e ignorancia. El odio no se explica en una sociedad que se dice tolerante. La indiferencia muestra el adormecimiento de Occidente que olvidó sus raíces. Y la ignorancia se vence con un simple acercamiento, en este caso, a la Iglesia Católica y ver que todo es muy distinto a lo que algunos piensan.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán
(Publicado en El Progreso, 6 de septiembre de 2015)
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