Indalecio GÓMEZ VARELA | CANÓNIGO DE LA CATEDRAL DE LUGO

Hagamos más sensible la presencia de Dios en el mundo

septiembre 12, 2021 · 19:33 X

¿¡Cómo!? Continúa leyendo. El amor pide presencia, porque lo que no se ve, no se ama. A Dios jamás le ha visto nadie. Sin embargo, es infinitamente amable. Aquí hay, pues, un problema. ¿Cómo explicarlo? La amabilidad a Dios le viene de dentro, pero su manifestación se muestra al exterior.

El sol que nos alumbra es señal de que Dios nos ama. El verde campo que nos alimenta con blanco pan es expresión de que Dios cuida de nosotros. El aire que nos da vida es prueba de que Dios nos valora.

Todas estas criaturas son “sacramentos” del amor divino, pero son inconscientes de su sacramentalidad significativa. En medio de estas manifestaciones afectivas del divino amor, existe un ser, cuya misión es corresponder conscientemente al amor del Señor. Esta supercriatura se llama hombre y está elevada a la categoría de hijo de Dios. Por todo ello, su amor debe ser cordial, consciente de que Dios le amó primero y de que, puesto a amarle, le ama para siempre. Nada hay en Dios que le impida amar a los hombres, ya que, aun siendo pecadores, no dejamos de ser hijos, ni EL deja de ser padre. La paternidad y la amabilidad son inseparables, pero necesitan manifestarse, para ser creíbles. El sol y las estrellas, las fuentes y los ríos…. Son “hablas” del amor de Dios creador, pero no saben que lo son. Los valoramos, porque los necesitamos, pero no se lo agradecemos, porque no son conscientes de que son un regalo de Dios ni que no pueden dejar de serlo. Alumbran a los buenos y a los malos; a las personas y a las bestias; a los vegetales y a los minerales… Hacen lo que hacen, sin poder dejar de hacerlo. Su sacramentalidad amorosa les viene impuesta por su naturaleza, no por propia iniciativa, ni por su personal voluntad. Su conciencia no condiciona su capacidad de dar gloria al Creador. No tienen libertad para hacer lo que no hacen.

No es el caso de las personas: nosotros podemos condicionar la amabilidad del Señor, y, de hecho, así lo hacemos en múltiples ocasiones. En nuestro comportamiento, la primera palabra la tiene Dios, que nos llama a la santidad. La última palabra la tenemos nosotros, que, con nuestra libertad, podemos decir sí o no al proyecto del Señor. La vida de los cristianos condiciona positiva a negativamente la imagen de nuestro Dios. A través de nuestras obras se trasparenta en mayor o menor cuantía, la bondad de la divinidad. Un alma “santa” da más gloria a Dios que miles de almas mediocres. Los cristianos somos la cara visible de Dios. Una cara hermosa hace muy atrayente a la persona que la ostenta. Los rasgos horripilantes la hacen horriblemente fea y repelente. Las consecuencias saltan a la vista. Nuestras actitudes condicionan el mayor o menor aprecio que las gentes tienen de Dios y de su Iglesia. Por las obras se valoran las personas y las instituciones. Ellas son los espejos en los que se reflejan los quilates valorativos de las mismas. No seamos cristales opacos que impidan ver la inmensa aportación benéfica que Dios y la Iglesia hacen a la humanidad.

Que brillen nuestras obras ante los hombres para que viendo nuestro ejemplar comportamiento, den gloria a Dios que está en la Cielos, y se alegre el corazón de los cristianos que creemos en Él.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo