Después de varias noches de incertidumbre y espera, María Magdalena se acerca al sepulcro. Lleva en su mente y en su corazón la imagen de su gran amor muerto y en su alma la tristeza de haber contemplado al Justo traspasado por una lanza. “Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron (Mc 16, 10).
Un mar de sentimientos confusos que el ángel pacifica con voces de resurrección: “Ya se que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado”. La noticia de la resurrección llena su existencia de una esperanza renovada. Aquella de quien Jesús expulsó siete demonios y que experimentó una profunda liberación en su nueva vida, fue la elegida por el Señor para ser la primera en testimoniar la resurrección a sabiendas de que no la iban a creer. Tampoco creyeron el resto de mujeres, pues “aquellas palabras les parecían desatinos y no las creían” (Lc 24, 11). La alegría más grande se siente frustrada por la experiencia de la incredulidad de los otros.
En el mundo judío, entonces, las mujeres no les parecían dignas de confianza. Ni por asombro eran admitidas como testigos en los juicios. Motivo suficiente para que ellos pusieran en cuestión su testimonio. ¿Cómo iba a escogerlas el Señor primero a ellas? ¿Y a María Magdalena? Es cierto que habían dado muestras de seriedad en el seguimiento, incluso de valentía y coraje ante las autoridades civiles y religiosas permaneciendo fieles al pie de la cruz hasta el Calvario. La Magdalena vivía reconciliada consigo misma desde que el Señor la curó y le transmitió el perdón, por eso era seguidora fiel hasta el final. No le importaba aparecer como maestra de la ley porque ella sabía dar fe de aquel que confería el verdadero sentido a la Ley. En su encuentro con el Señor amado había descubierto la esencialidad del amor y que la misericordia era la clave de interpretación de las Escrituras sagradas y de la vida. Jesucristo le había abierto los ojos del entendimiento.
El encuentro con su madre María fue en la intimidad y sin otra finalidad que el consuelo del abrazo y el cuidado del corazón traspasado. Jesús recogió sus lágrimas y las transformó en fuentes de vida, de salud y consuelo para la Iglesia naciente.
Pero a María Magdalena la llamó constituyéndola el primer testigo misionero de la Resurrección y otorgándole una misión especial en la Iglesia que la tradición de la propia Iglesia occidental ha recogido y reconocido con el título de “Apóstola apostolorum” (Apóstol de los apóstoles). En la Iglesia oriental, en cambio, se la conocía como “isapóstoles” (igual que un apóstol).
“Ha resucitado. Va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado. Las Magdalenas de hoy continúan anunciando la Buena Nueva. Este es el Jubileo de la Pascua. Cristo sigue vivo y mostrando que el amor es más fuerte que el odio, la Vida más que la muerte, la esperanza y la liberación mucho más que la desesperación y la esclavitud. Cristo sigue bajando también con nosotros a las noches y a los infiernos de nuestro tiempo y, con las Magdalenas de hoy y con el coro de los apóstoles del siglo XXI toma de la mano a los que esperan y buscan la luz y nos dice: ¡Llévalos a la luz! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz!
Mario Vázquez Carballo
Vicario General de la diócesis de Lugo