A muchos ha llamado la atención y a muchos nos ha disgustado la presentación de una parodia de la Última Cena en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos en París, retransmitida a todos los países.
No era posible que nos dejase indiferentes a los que creemos en el Señor Jesucristo, a nadie que crea realmente en Dios, que respete lo sagrado de la conciencia del prójimo, la dignidad de quien afronta la vida desde el amor a la verdad reconocida con la mente y el corazón.
Y en este sentido se han dado muchas intervenciones en diferentes medios, por parte de cristianos –en particular, la Conferencia episcopal francesa– y de seguidores de otras religiones o cosmovisiones.
Para nosotros es grave, ante todo, la banalización radical del Evangelio, la negación ante el mundo entero de su significado propio por parte de tan gran institución, que implica a Estados y naciones. Es una forma de normalizar el rechazo de la fe cristiana, contradiciendo lo más íntimo y precioso de la vida eclesial y denigrando directamente a la persona de Cristo, la realidad de su amor y su entrega hasta la muerte por la salvación de todos.
Por nuestra parte, sentimos la necesidad de reafirmar nuestra fe y nuestro amor al Señor Jesús; y también de expresarlo públicamente, para luchar por mantener viva la propia conciencia cristiana y defender su dignidad en el mundo, por evitar acomodarnos a una mentalidad semejante, que se presenta como obvia e indiscutible ante nuestros ojos y los de muchísima gente.
Y queremos también seguir proponiendo el mensaje del Evangelio en nuestra sociedad, la fe en Jesucristo, con los medios de que disponemos y confiados en la gracia de Dios. No podemos aceptar que deje de resonar ante nuestros contemporáneos, y para nosotros mismos, el anuncio cristiano según su verdadero significado; que no llegue a ser conocido realmente, ocultado por imágenes desorientadoras como la de esta ceremonia.
Por eso, hoy queremos reconocer de nuevo públicamente que la Eucaristía, memorial perenne de la Última Cena, es fuente y culmen de nuestra fe, de la caridad que habita en el corazón y de nuestras certezas en la vida y ante la muerte. Una vez más decimos: hic hoc mysterium fidei firmiter profitemur; que sin participar en la comunión que el Señor nos da en la Última Cena no podríamos ser y vivir como cristianos.
Pero creemos también que ofuscar el acceso a la mesa de la Eucaristía, a la celebración del Amor del Señor, vencedor del pecado y de la muerte, sería un daño grande para toda la sociedad.
Pues no hay afirmación comparable de amor por la persona de cada uno, de entrega por el bien y la salvación de los demás. Ante Cristo hemos reconocido la dignidad y el destino verdadero de toda persona, el amor al prójimo como ley de la vida, principio de la construcción de las relaciones y de la sociedad misma; hemos tomado conciencia de nuestra libertad como hijos de Dios, de derechos que anteceden y no dependen de los poderes de este mundo, de la necesidad de amar la verdad y la justicia.
Banalizar el corazón de nuestra fe, la entrega de Cristo en la Eucaristía, daña la dinámica más honda de nuestra conciencia y también de nuestra vida social.
Por ello, para seguir afirmando nuestra fe, para bien personal nuestro y para bien de nuestra sociedad, para participar en los modos que nos parecen más adecuados en los acontecimientos que vivimos en estos momentos y cuidar así también los unos de los otros, proponemos hacer juntos este próximo jueves, día 1 de agosto, a las 20h en nuestra Catedral y en las parroquias que deseen unirse a ello, un gesto especial de adoración al Señor. En él expresaremos nuestro reconocimiento por el Amor inmenso que nos dona, nuestra fe en Él como verdadero Salvador, camino, verdad y vida, y nuestro dolor por los pecados, por todo lo que contradice su presencia en nuestra vida y en la vida social, como ha sucedido de manera tan pública y expresa en la inauguración de los Juegos Olímpicos.
Que el mismo Jesús Sacramentado nos conceda mantener viva y firme la fe del corazón, sostenga nuestro caminar libre en este mundo y nos guíe como Buen Pastor a la patria verdadera, donde el amor y la fraternidad serán plenas y sin límites, en la casa del Padre”
Lugo, Ciudad del Sacramento, 30 de julio de 2024
+Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo