Así planteada la pregunta, la respuesta es fácil. El humanismo procura la promoción del hombre sin ninguna referencia a Dios. El cristianismo por su parte contempla al hombre como un ser que tiene su origen en Dios, y a Dios tiende como a su fin.
Para un creyente, no basta el humanismo, según el cual, nuestra existencia comienza en la cuna y termina en la tumba. Nosotros sostenemos que Dios es el principio y el fin del hombre: “En él vivimos, nos movemos y existimos”. Ahora bien, ¿Humanismo Cristiano, o Cristianismo Humano? Ciertamente, humanismo y cristianismo no se identifican, pero no deben ignorarse el uno al otro.
El cristianismo tiene que considerar al hombre en su integridad corpórea y también en su dimensión espiritual. Si descuida lo primero, se convierte en “angelismo”; y los hombres no somos ángeles. Pero si olvida lo segundo, identifica al hombre con un ser irracional, que tiene la facultad de hablar; y con esa piedra de molino no comulgamos los creyentes.
El evangelio contempla al hombre en su doble referencia a Dios y a los hermanos, y nos recuerda que a Dios debemos amarlo “con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas”, porque es nuestro creador y Padre; y que a los hombres debemos amarlos con verdadero amor de hermanos, porque con ellos compartimos origen, historia y destino.
Jesús lo dijo muy claro: “En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os améis unos a otros como yo os he amado”. Jesús se dirigió al pueblo con palabras y con obras, y añadió: “si no creéis a mis palabras, creed a mis obras”. El pasó por el mundo tendiendo la mano al pobre, compadeciéndose del oprimido, ofreciendo sosiego a los que habían perdido la esperanza, devolviendo la salud a los enfermos que buscaban en él la curación de sus dolencias, y poniendo pan en las mesas de los menesterosos.
Las obras de Jesús son “hablas de Dios”, según decía Santa Teresa de Jesús. Cuando alguien nos habla de lo que ha oído, su palabra es creíble; si nos habla de lo que está viendo, su palabra es irrefutable, y si nos habla de lo que está viviendo, su palabra es incontestable. Este es el caso de Jesús. Él mismo es “palabra de Dios”: no habla de oídas: vive lo que dice, y trasmite vida con lo que dice. Hace a los cristianos “sacramentos” de su voluntad. Los sacramentos no hacen presente a Cristo, sino que el propio Cristo se hace presente en los sacramentos; actúa por medio de los signos sacramentales. Eso debemos ser los cristianos: “sacramentos itinerantes” de los que Cristo se vale para seguir evangelizando al mundo.
Los cristianos somos los “signos” visibles del hacer de Cristo; pero el agente operante es El mismo. Este comportamiento de Jesús da un cariz humano a su modo de actuar, pero no lo convierte en “humanismo” puesto que la virtualidad no la pone el hombre, sino Cristo mismo, el cual se vale de nosotros para seguir haciendo maravillas en nuestro mundo.
Puede servirnos de ejemplo la motocicleta y el sidecar. Este hace que la moto pueda disponer de un asiento al lado del sillín del motorista, pero la fuerza motriz la aporta la motocicleta. Sin ésta, el asiento acoplado sería un elemento inútil. Su aportación depende de su acoplamiento al motor de la máquina.
La aportación de hombre es cristianismo en la medida en la que los humanos actuamos en sintonía con Jesucristo. Lo que hacemos al margen de Cristo, es humanismo y tiene cosas positivas, pero está expuesto a notables las carencias y hasta a lamentables inmoralidades. Para evitarlo, acoplémonos a Jesús y pasemos por el mundo haciendo el bien en su nombre.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo