En los observatorios y centros de interpretación de los que tengo la suerte de poder gozar en la ciudad y la diócesis de Lugo, quiero dejar constancia de mi personal testimonio sobre Benedicto XVI, antes de que trascurra demasiado tiempo, tras su fallecimiento en el amanecer del 31 de diciembre.
Me llamó la atención, (y escribí sobre ello en Lucensia, nº 34), su sencilla carta de presentación en abril de 2005 desde la logia central de la Basília de San Pedro, cuando saludaba y bendecía por primera vez al orbe católico y comunicaba al mundo la noticia de su elección como sucesor de Pedro: “Queridos hermanos y hermanas, los señores cardenales me han elegido a mí un simple y humilde trabajador en la viña del Señor”. Dejaba sentir el peso de la responsabilidad que asumía ya que le había correspondido calzarse las sandalias de pescador y ponerse las botas de viticultor. Las metáforas sencillas aluden a una personalidad que marcaría su pontificado: humildad y espiritualidad, serenidad y luz; su claridad intelectual y la preocupación de una inteligencia sobresaliente por situar a Cristo en el corazón del mundo y en el centro de la vida cristiana.
Dos meses antes de haber sigo elegido Papa tuve el privilegio de conversar tranquilamente con él por los pasillos de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Quería aclarar algunas cuestiones conflictivas de mi tesis doctoral relativas a la controversia epistemológica con la Teología de la Liberación, y más concretamente, sobre sus cartas con Leonardo Boff. Al futuro Papa le preocupaban cuestiones relacionadas directamente con los fundamentos de la verdad y de los criterios teológicos que afectaban a la hermenéutica bíblica, al racionalismo y a una relectura esencialmente política y reductora de la Escritura. Recuerdo su entrañable sonrisa, su altura intelectual y su cercanía y sencillez humana. Con la misma sencillez y claridad, el 13 de febrero de 2013, en un lenguaje transparente, comunicaba una convicción madurada en su interioridad, examinada ante Dios en su conciencia y asumida con gran libertad: “ingravescente aetate”, le faltaban fuerzas para seguir remando en la barca de la Iglesia y cultivando en la viña del Señor. Pero a pesar de todo, ahí están los frutos: abundante pesca y sabrosos vinos en forma de horizontes culturales y eclesiales que llevaron la fe al espacio público, desenmascararon las grandes paradojas de la modernidad que nos quieren hacer creer que “apartar a Dios del mundo” contribuye a la liberación del ser humano y reconstruyeron diques profundos con la “dictadura del relativismo”.
Descanse en paz el Papa sabio, gran teólogo y excelente maestro de Homilética.
José Mario Vázquez Carballo
Vicario General y Deán de la catedral de Lugo