Ya mucho antes de la pandemia algunos decían que la Iglesia tenía que reinventarse debido a que se estaba quedando vacía. Es verdad que las estadísticas de asistencia a misa, celebración de sacramentos, número de seminaristas, etc. en España son demoledoras. Pero también es cierto que el «número de negocio» de la Iglesia no es un dato que se pueda medir en estos términos.
La misión de la Iglesia está clara: anunciar el Evangelio y celebrar los sacramentos. Y como consecuencia de la espera del Reino de Dios, el ejercicio de la caridad y la observancia de los Mandamientos para el bien propio y de los demás. No hay nada más. El resto de las actividades que se están llevando a cabo desde entidades eclesiales están, o debieran estar, en función de esta misión, que es la esencia y la razón de ser de la Iglesia.
Por eso, cuando alguien dice que la Iglesia se tiene que reinventar, si se refiere a que haga algo que no sea esto, ya estaríamos hablando de otra realidad distinta, pero no de la Iglesia querida y fundada por Jesucristo. Aquí, en este caso, no sirve eso de «renovarse o morir», pues lo que se está pidiendo es que deje de ser lo que es para convertirse en otra cosa que nada tiene que ver con su esencia.
Los defensores de la teoría de la reinvención abogan por que la Iglesia se convierta en una prestadora de servicios sociales, que incluya la actual forma de hacer caridad y la animación sociocultural de grupos, especialmente de jubilados y enfermos.
Es cierto que la Iglesia es experta en humanidad y que las Cáritas parroquiales hacen mucho con muy poco. Pero esta cualidad no le viene dada solo por una cuestión meramente humanitaria, sino también y, sobre todo, por la condición que tenemos todos de ser hijos de Dios que nos hace tratar a los demás como hermanos (Cfr. Fratelli Tutti 8, 58 y 279 v.g.)
Por otra parte, hoy en día las Administraciones Públicas tienen todo tipo de recursos mucho mejores que los de la Iglesia para atender las necesidades sociales de las personas más desfavorecidas. Por lo menos, es de lo que presumen todos los días en sus discursos.
Pero ¿estamos seguros de que esto es lo que de verdad están demandando muchas personas? Cada vez me encuentro más gente que está en búsqueda de algo o de alguien que dé un sentido pleno a sus vidas y que pasa también por el sentido de lo transcendente.
Dice Chesterton que «cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa». Que estemos en una sociedad secularizada y laicista no quiere decir que el sentimiento religioso quede anulado o acallado en las personas. De hecho, hace unos días alguien de la vida pública que no recuerdo, asignaba la categoría de religión al laicismo.
La Iglesia es cosa de Dios. Pero lo es para nuestro bien. Dios, por pura gracia, nos hace miembros de una asamblea de hermanos, que buscan a Dios y que quieren hacer su voluntad para participar un día de su misma vida divina.
En el Padrenuestro nos cansamos de rezar «hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo», pero muchos se empeñan en lo contrario: «hágase mi voluntad en la tierra y en el cielo» y tienen la osadía de desafiar el Depósito de la Fe que la Iglesia intenta custodiar con fidelidad.
La Iglesia no tiene que reinventarse, porque su fundador (su «inventor») fue el mejor de los posibles: Jesucristo, que por ser Dios ni se engaña ni nos engaña.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
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Comentarios a esta entrada:
JVL
Mejor y más claro no lo pudiste expresar.
Gracias por ser tan valiente.
No cambies.
Dios te bendiga.
3:14 | 2/12/21
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