El trabajo es parte constitutiva de la realización del ser humano: de cada persona, que da forma responsablemente a su vida, a sus relaciones fundamentales con los demás; y de toda la sociedad, que es construida, subsiste y puede progresar con el trabajo.
Por eso, en el trabajo se reflejan todos los problemas personales y las tensiones que vive la sociedad. Y también por eso urge hablar de un trabajo “decente”, que respete la dignidad humana –la justicia necesaria en las relaciones laborales–, y cumpla con su fin de permitir desarrollar la vida personal y familiar, de participar en la común vida social, económica y política.
Las actuales circunstancias, determinadas por la pandemia, influyen inevitable y decisivamente también en este ámbito. Por un lado, obligan a luchar por algunas de sus condiciones elementales: mantener el empleo y sostener las empresas, por ejemplo, con la ayuda de diversos instrumentos sociales. Por otro lado, obligan también a mayor flexibilidad y capacidad de adaptación –por ejemplo, en el teletrabajo–, a veces a esfuerzos extraordinarios o incluso a correr riesgos para la propia salud. Ciertamente, a ello correspondería también un justo reconocimiento y retribución.
Pero aparecen igualmente muchas tensiones en nuestra sociedad y, en primer lugar, el crecimiento del desempleo y las consecuencias de la paralización económica. Por su importancia capital, hay que dar prioridad a todos los esfuerzos por salvaguardar el trabajo y de forma que sea “decente”, a pesar de encontrarnos en esta especial situación.
Al mismo tiempo, las consecuencias de la crisis también despiertan preocupación por la dignidad del trabajo en ámbitos en que éste se mantiene. El mundo educativo puede servir como ejemplo de la urgencia de hacer posible el cumplimiento digno de su responsabilidad por los trabajadores, ante las exigencias de la aplicación de las normas sanitarias o ante el incremento de horarios, cargas y tareas.
En otros ámbitos laborales, las presiones pueden ser grandes igualmente. Cabe pensar en las muchas cuestiones de conciencia que pueden aparecer en el mundo sanitario o en el del cuidado de los mayores en las residencias, en las que, además del riesgo para la propia salud, los trabajadores pueden encontrarse confrontados con el desafío de no poder atender adecuadamente a personas necesitadas, o de verse obligados a opciones o actuaciones a las que moralmente se haría objeción. Son condiciones de trabajo en las que la dignidad de la persona puede estar en cuestión. Dificultades semejantes, agudizadas por la crisis, pueden aparecer también en otros ámbitos laborales, como por ejemplo el de los medios de comunicación, donde los intereses y presiones de centros de poder económicos y políticos pueden erosionar las condiciones de un trabajo decente.
Y, por supuesto, dificultades semejantes y muchas más encontrarán, en particular, quienes han venido como emigrantes o se han refugiado entre nosotros. Es urgente, en estos casos, garantizar la dignidad de sus condiciones de trabajo, considerando además que están faltos de la gran red de apoyo que significan la familia y las relaciones más cercanas.
La defensa de un “trabajo decente” es una exigencia de conciencia y una prioridad social en estas circunstancias. No olvidemos, para ello, el significado enorme de la familia: no sólo se sostiene por el trabajo, sino que, a su vez, sostiene a los trabajadores, hace posible su resistencia en las dificultades, defiende en el desempleo, mantiene vivas las razones del propio esfuerzo. Urge, pues, defender a la familia en estas circunstancias de crisis.
Defenderemos así también a la sociedad, como lugar en el que será posible trabajar con toda dignidad. Cuidemos esta nuestra “casa común” social, además de la natural. No dejemos que la dañen irresponsabilidad, mentiras o injusticias; salvaguardemos el respeto mutuo, los espacios sociales y políticos de libertad, las formas de la convivencia en paz.
A esta defensa del bien común, en lo cercano del puesto de trabajo o de la propia familia, y en el horizonte más amplio de la sociedad, nos llama nuestra conciencia, solicitada por la celebración de esta “Jornada mundial” y más aún por la propia fe, que la mantiene viva y despierta: no es posible amar al prójimo y no hacerle justicia, decir que se le respeta y no hacer caso de las condiciones en que ha de vivir parte tan esencial de su ser persona como es el trabajo, o desinteresarse de la justa ordenación de la vida social como si no tuviese consecuencias para personas y familias.
Pidamos al Señor Jesús que nos bendiga, a nosotros y a toda nuestra sociedad, para que sepamos tomar las mejores decisiones ante el desafío de esta pandemia, también por sus repercusiones en el mundo del trabajo. Y que nos ayude a guardar viva la fe, la esperanza y la caridad en estos tiempos de crisis, venciendo los virus del alma, la injusticia y la dureza de corazón, el egoísmo y el desprecio del pobre, de manera que sepamos ver las necesidades los unos de los otros, no cerremos los ojos ante las exigencias de dignidad y de trabajo de nuestro prójimo.
+ Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo
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