Hacer memoria de lo ocurrido durante este tiempo de pandemia, tratar de entender como nos afectan estas crisis a nuestras existencias, discernir las necesidades de los seres humanos más vulnerables, recordar el pasado para vivir el presente con ilusiones y esperanzas de futuro, despertar de nuestra pasividad y redescubrir lo más grande de nuestra interioridad…, son tareas urgentes en estos tiempos en los que todos, de un modo u otro, nos hemos sentido afectados.
El corazón guardará memoria viva de estas situaciones. Aunque reconocemos que los contactos se pudieron traducir en contagios, las comunicaciones en contaminaciones y las relaciones humanas en soledades inmensas y eternas, hay siempre algo positivo en medido de la negatividad y las sombras amenazantes de la muerte. Estas pandemias que ponen en cuarentena el futuro de la humanidad originan, con mas intensidad, otras pandemias psíquicas que degeneran en miedo, temor y tedio. Confinados en nuestros hogares y con los templos cerrados, creyentes y no creyentes nos preguntamos dónde encontrar a Dios en medio de tanta desgracia. Pregunta nueva y eterna que surge inevitablemente allí donde hay dolor, sufrimiento y muerte.
¿Dónde está Dios? ¿Se oculta, se esconde, calla, se disfraza, se pone la mascarilla para jugar con el ser humano al escondite? Algunos, empujados quizá por el dolor de las situaciones vividas, acudieron a su encuentro aunque hasta entonces sus relaciones fueran frías o inexistentes. Otros, por el contrario, a los que casi nadie haría tambalear en sus convicciones religiosas, sintieron que este aparente silencio de Dios durante esta inesperada tormenta sacudía los pilares de la fe. Este escenario, tan diverso como el camino personal de cada ser humano, atestigua nuestra probada vulnerabilidad y abre la puerta a nuevos interrogantes: ¿Está Dios ausente de estas realidades o está también crucificado en el patíbulo y en las U.C.I.S. de los apestados? ¿Estas crisis ayudan a despertar la fe dormida en las tranquilidades de unas existencias cómodas e indiferentes a los problemas de los demás o, por el contrario, provocan el alejamiento, el agnosticismo y la indiferencia religiosa? En cualquiera de las direcciones, la Iglesia, como comunidad de seguidores de Jesús, el Hijo de Dios encarnado en la historia, está llamada a acompañar en estos procesos contribuyendo a una nueva misión evangelizadora y a una nueva presencia social significativa y visible. Aunque es muy difícil entrar en la interioridad y en la intimidad del ser humano, en situaciones de crisis las personas siempre miran de nuevo hacia lo esencial, realidad que incluye unas relaciones humanas más verdaderas, las preguntas fundamentales de la vida y el sentido último de la existencia. Estas situaciones pueden ayudarnos a entender lo que grandes pensadores de la humanidad afirmaron: Que Dios siempre está ahí, con frecuencia también acompañándonos en la cruz para liberarnos y resucitarnos de los sepulcros; que El no es autor del mal; que el mal es siempre ausencia de bien; que Dios actúa en el ámbito del respeto a nuestras libertades, el don más grande de la creación concedido al ser humano; y que, por encima de todo, estamos llamados a la vida en común, a una cultura del compartir frente a la de competir, a las presencias constantes acogedoras y cercanas y a unos acompañamientos cada vez más empáticos y saludables con aquellos que se sienten en soledad y abandono en sus cruces cotidianas. Ayudarnos unos a otros a bajar de ellas o a impedir que existan es la mejor lección que podemos ofrecer en las actuales circunstancias.
José Mario Vázquez Carballo
Vicario General de la Diócesis de Lugo
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