«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo!»
Con estas palabras comienza el papa Francisco su última exhortación apostólica dedicada a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios.
Pero estas palabras también pueden servir como un perfecto lema para este tiempo de Pascua en el que celebramos solemnemente la resurrección de Jesucristo.
Esta es la gran noticia: «Christus vivit». Hace muchos años que se espera con ansia la noticia de la curación del cáncer o del sida, pero hace dos mil años ya hubo quien trajo una noticia todavía mejor: la victoria sobre la muerte. No hay nada que supere esto.
Es cierto que a lo largo de los años de nuestra historia personal tenemos muchas ocasiones de asociarnos a la pasión de Jesucristo por las enfermedades y sufrimientos de todo tipo que tenemos que padecer.
Pero no es menos cierto que también estamos llamados a asociarnos a Jesucristo en su resurrección, aunque los límites de nuestra fe y nuestra inteligencia nos impidan verlo con la claridad que nos gustaría.
La vida es un valor absoluto. Es de las pocas realidades de las que podemos afirmar esto con rotundidad. Esto no impide que alguien esté dispuesto a entregar libremente su vida para salvar de los demás, como por ejemplo una madre por sus hijos. Pero en ningún caso, podremos disponer o decidir sobre la vida de los demás y, mucho menos, contribuir a su destrucción.
El reconocimiento del valor de la vida contrasta con la cultura de la muerte en la que se está sumiendo Occidente, en la que se permiten, justifican y hasta legislan numerosas excepciones a este valor que se creía absoluto. El número de abortos, las víctimas de guerras, los inmigrantes sepultados bajo las aguas de los océanos, la aceptación ya bastante generalizada, de la mal llamada muerte digna (eutanasia) y la grave crisis demográfica están pintando un panorama lleno de rostros tristes que parecen preferir la muerte a la vida.
Todo el proyecto salvífico de Dios para la humanidad se resume en una promesa de vida eterna, a la que se llega por la resurrección de su hijo Jesucristo, que vence a la muerte haciendo que triunfe la vida. «Christus vivit», este es el acontecimiento central de la fe y que da sentido a nuestra vida y que nos llena de esperanza ante la realidad temporal de la muerte.
«Christus vivit» para también nosotros tengamos «vida y vida en abundancia» (Jn 10, 10b) y «La gloria de Dios consiste en que el hombre viva,
y la vida del hombre consiste en la visión de Dios» (San Irineo). Se trata de esperar la vida eterna, pero también de vivir ya ahora. La novedad de la vida eterna es dar plenitud a la vida temporal que disfrutamos ahora. Pero si ahora estamos dominados por la muerte en la eternidad solo se podrá dar plenitud a esta finitud.
Solo Jesús «tiene palabras de vida eterna» (Jn 6, 68) y solo él es capaz de alegrar nuestros corazones para que vivamos con esperanza y optimismo esta vida temporal que el mismo Dios nos regaló como anticipo y como preparación para disfrutar después de una vida eternamente feliz.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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