El Buen Ladrón tiene un mensaje para todos los hombres y mujeres de hoy que se preguntan: ¿Para qué vivir? ¿merece la pena seguir viviendo? ¿qué esperanza tenemos? El Buen Ladrón nos introduce en el corazón del mensaje evangélico.
Nos hace volver al misterio de Jesús crucificado, y nos recuerda que, para resucitar y renacer con Él, en la gloria, hemos de ser, de una manera, crucificados con Él.
Por la contemplación de Cristo en su Pasión, muerte y resurrección, nos conduce hacia una espiritualidad que vuelve a dar todo su lugar al Misterio de la Redención, el misterio del Viernes Santo y de la Pascua, qué es el centro y la esencia del cristianismo. Esta es una de las misiones del Buen Ladrón.
Entre todas las virtudes heroicas del Buen Ladrón el cardenal Gilles Gueraud, arzobispo de Toulouse, se fijaba sobre todo en su humildad y lo señalaba:
«El Buen Ladrón tuvo el valor de ser humilde y de reconocer sinceramente quién era. Un valor muy poco frecuente y en este caso tan maravillosamente recompensado. Cuando Dios se encuentra la humildad en un alma, no puede resistirse más y se precipita sobre ella con el torrente de sus gracias»
¡Canonizado por Jesús!: «Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». El Buen Ladrón es un testigo del amor misericordioso. En un siglo en el que se muere por tanta injusticia, y que a pesar de todo es trabajado por una magnífica esperanza, el habla de arrepentimiento y de confianza, mostrando a las almas pecadoras algo de las profundidades del Corazón de Jesús.
«¿Quién es Dios para amarnos así? ¿Quién es ese Dios tan pobre, tan grande, tan vulnerable?», dice una canción. ¿Cómo es posible hablar del misterio de la cruz sin referirnos a la pobreza y la inocencia del Dios crucificado?
Mauricio Zundel, hablando de Dios crucificado, escribe:
«El verdadero Dios es ese Dios que prefiere morir antes que imponer nada. Dios ha preferido ser crucificado antes que robarnos la gloria de poder escoger. Dios puede ser vencido, lo está sobre la cruz, donde muere de amor por aquellos que eternamente se niegan a amarle. Lo que nos pide es que nos vaciemos de nosotros mismos, porque Él está eternamente vacío de sí mismo».
¿Y quién puede, como un niño desarmado, ser más pobre y vacío de sí mismo que el Buen Ladrón? Porque él, crucificado junto al amor inocente, se entrega a sí mismo con toda su pobreza.
En Cristo crucificado se revela la total debilidad del amor, la vulnerabilidad de Dios, y lo que podríamos llamar su eterna agonía. No es casualidad que Jesús muera como un malhechor abriendo la puerta de su paraíso a un ladrón.
Dios nos espera en la Cruz con los brazos y el corazón abiertos. A los pies de la Cruz nos resulta imposible dudar del poder de la ternura del Corazón de Dios. Su vida está verdaderamente vinculada a la nuestra hasta la muerte de Cruz. Cuando entendemos el misterio de Jesús crucificado comprendemos que no es Dios quien nos hace morir, sino que es Él quien muere con el culpable para que el culpable resucite con Él. Eso es lo que entendió el Buen Ladrón.
El Buen Ladrón nos ofrece una clase magistral para llevarnos a ver en la Cruz de Jesucristo la fuente inagotable de gracias y de santidad en la que sumergir y compensar sobre abundantemente la malicia de todos los vicios y de todos los crímenes; la fuente capaz de transformar también en un instante al mayor criminal en un gran santo. Éste es el misterio mismo de la Redención, que es el fundamento de todo el cristianismo.
Jean Daujat se pregunta:
«¿Qué ocurrió para que el buen ladrón, en un instante, fuera verdaderamente transformado de un gran criminal en un gran santo, mientras que para nosotros la misma fuente infinita de gracia y de santidad requiere tantos años para transformarnos poco a poco y santificarnos?»
Pues, El Buen Ladrón, sin esperar ya nada de los hombres ni de este mundo, puso su única esperanza en la sola Cruz de Jesús, dejando a un lado todo lo demás.
Nuestro mundo actual no quiere la Cruz, no predica la Cruz, y por eso tiene necesidad de esta lección del Buen Ladrón, de este «pequeño camino» de pobreza absoluta.
Para tener parte en la cruz de Jesucristo se debe, como él, aceptar y ofrecer por amor todo lo que las circunstancias de nuestra vida han permitido, y todo lo que la Providencia, que solamente quiere nuestra santificación y nuestro mayor bien, permite: sufrimientos, heridas, abandonos, renuncias, sacrificios y humillaciones, así como los fracasos que acontecen en nuestras vidas, incluyendo nuestra infancia más o menos herida.
Todo puede servir para nuestra santificación. Y como no hay otra fuente de santificación que Jesucristo crucificado, no hay otra vía de santidad que el camino de la cruz, este pequeño camino del Buen Ladrón clavado a la cruz, como Jesús. Los que se apartan del camino de la cruz se apartan de la santidad cerrándose a su única fuente, que es Jesús crucificado.
Desde el momento en que, como el santo Buen Ladrón, hemos puesto nuestra confianza en el valor infinito de la Cruz de Jesucristo, aceptando ser crucificados también con Él, dejamos de pertenecer a este mundo, y en poco tiempo podemos alcanzar la santidad. El Buen Ladrón aceptó sus sufrimientos y así nos enseña camino, el «pequeño camino» del abandono que lleva a la santidad de los pobres.
No podemos ser liberados del pecado y de sus consecuencias si no morimos y resucitamos en Jesucristo, y esto ocurre solamente si tomamos, de hecho, parte en su cruz, para estar con Él también en su resurrección, y recibir de Él la vida del hombre nuevo.
Extractado por JVL del libro El Buen Ladrón, misterio de misericordia, del Andre Daigneault
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