Hace alrededor de 20 años en una tertulia de televisión española un imán dijo que España era un país naturalmente musulmán, pero que hay una dictadura católica y en cuanto desaparezca esa dictadura volverá a ser musulmán. En la tertulia Gustavo Bueno me sorprendió definiéndose cómo ateo católico. El filósofo Gustavo Bueno sostiene que la Iglesia católica salvó la razón durante la historia de Europa.
La famosa periodista italiana, Oriana Fallaci, también se definía cómo atea católica en la defensa de la cultura europea, ya que al catolicismo se debe el respecto a la dignidad y conciencia de la persona y a la ciencia. Me contaron que un español cuando caminaba por Belfast, Irlanda del Norte, le salió al encuentro un terrorista enmascarado armado preguntando: “¿Católico o protestante?”. Como no sabía si era del IRA o Paramilitar Protestante queriendo evadirse respondió: “Lo siento, pero yo soy ateo”. Entonces este le volvió preguntar: “Pero, ¿ateo católico o ateo protestante?”…
Hay más pensadores que se definen como ateos católicos y en ellos de alguna manera aparecen la libertad y la razón que son básicas para la Iglesia católica, pues la Fe se propone pero no se impone.
LIBERTAD. Ser creyente es una respuesta libre y personal a Dios que sale a nuestro encuentro como bien dice el libro del Apocalipsis 3,20: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.
Es difícil ser más breve y claro que Benedicto XVI en el mensaje, “La libertad religiosa, camino para la paz”, para el 1 de enero de 2011: “Es un bien esencial: toda persona ha de poder ejercer libremente el derecho a profesar y manifestar, individualmente o comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, las publicaciones, el culto o la observancia de los ritos. No debería haber obstáculos si quisiera adherirse eventualmente a otra religión, o no profesar ninguna”.
RAZÓN. No es casual que en el plan de estudios de los futuros presbíteros haya, al menos, dos años de estudios filosóficos antes de los teológicos. Eso muestra el aprecio por la razón filosófica, científica y teológica. Por eso no extraña que filósofos y pensadores se hagan cristianos. En el libro de Javier Cercas, “Él loco de Dios en el fin del mundo” (p. 260) la mongol Dagvadorj Ozdaya le cuenta su conversión así: “Tomé la decisión de ser católica de una manera fría, no impulsiva. Hablé con mucha gente. Me pareció, por ejemplo, que nosotros, los mongoles, no expresamos nuestras emociones ni nuestras opiniones de una manera adecuada. Y que los católicos eran más racionales.
-¿Más racionales?
-Sí. (Asiente con énfasis). Sigo pensándolo. Los católicos nos tomamos tiempo para reflexionar antes de hacer las cosas. Y eso me parece bueno”.
De ahí que en la Iglesia haya formación antes de recibir un sacramento, lo cual responde al respeto por la libertad de las personas y la comprensión de lo que se va a celebrar, por qué y para qué. Esta práctica eclesial manifiesta un aprecio a la libertad responsable y a las decisiones inteligentes de las personas.
El ateísmo nació sobre todo en el ámbito de las sociedades católicas. Se da bastante entre personas que se formaron en seminarios y colegios de religiosos, lo que prueba que realmente no les lavaron el cerebro ni les comieron el tarro como a veces se dice. ¡Que tantos agnósticos y ateos se hayan formado en centros religiosos testimonia que se respetó su libertad personal en el proceso educativo!
Una cuestión de fondo es si el ser humano y la moral se pueden desvincular de Dios. ¿Se puede ser verdaderamente humano sin Dios? Benedicto XVI responde en CIV 78: “…El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil -en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos-, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento…”
Pero aunque la persona se aparte de Dios, Él no la abandona como bien escribe san Agustín en las Confesiones: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así de por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían”. Ser creyente es un encuentro personal con quien primeramente nos ama incondicionalmente hasta entregar su vida en la Cruz por nuestra salvación.
Antón Negro Expósito
Sacerdote y sociólogo