En los últimos años, la Iglesia lucense fue adquiriendo progresivamente una mayor conciencia sobre la necesidad de emprender una nueva acción evangelizadora. El Concilio Vaticano II marcaba el ritmo de una de las reformas más serias y ambiciosas: “limpiar y rejuvenecer el rostro de la Iglesia para transparentar mejor el Evangelio ante el hombre moderno, y promover el desarrollo integral de los individuos y de la sociedad desde los valores evangélicos para conseguir una civilización más justa y solidaria”.
La primera misión de la Iglesia es evangelizar, hacer presente y operante el Evangelio en la realidad social y en el mundo. Nuestras hermandades y cofradías colaboran de una manera privilegiada a esta misión.
Lugo, la ciudad, la provincia y las diócesis no son ajenas al fenómeno de descristianización y de la marginación de Dios en la cultura y en la sociedad. Por desgracia, Dios ha dejado de ser para muchos el sentido y la explicación última de su vida. Este hecho tiene consecuencias culturales y sociales. La pérdida de Dios como referente existencial, se revuelve contra el ser humano en forma de culturas deshumanizadas y deshumanizadoras, a veces perversamente orgullosas de sí mismas; o también, en forma de falta de respeto al otro causando graves heridas en la convivencia social; o de descalificaciones por el hecho de la diversidad con el agravante del olvido de los más pobres y marginados.
Nuestras cofradías y hermandades tienen una gran historia. Cada una tiene una historia personal y colectiva de fieles que entregan su tiempo a la causa, de experiencias de fraternidad, de actividades a favor de la ciudadanía y de la iglesia local y universal.
Es curioso observar, por ejemplo, como de la antigua Cofradía del Santísimo Sacramento se afirma que “no es de carácter local pues en los últimos estatutos leemos que pueden ser admitidos en ella las personas de fuera de la ciudad” (Decreto del Obispo, Rafael Balanzá, 8 de enero de 1934). En este mismo decreto considera el Obispo Balanzá a la Cofradía del Santísimo de “antiquísima y gloriosa historia”, “de vida esplendorosa y pujante” y “la asociación más antigua y principal”. Allí se legisla que “son cofrades del Santísimo los señores Canónigos, Beneficiados y Capellanes de la Basílica y los demás sacerdotes y seglares de la ciudad y de fuera de ella que se inscriban, cualquiera que sea la Diócesis a que pertenezcan”.
Frente a los intentos paganizantes y a la tendencia a reducir la fiesta cristiana a un mero folklore, tenemos que afirmar que las hermandades y cofradías tienen vitalidad, aunque se renuevan con dificultad. Sin embargo, no son reliquias del pasado. Se sienten llamadas a ser las primeras en testimoniar su fe cristiana, a colaborar en la interiorización y personalización de la fe y a cultivar la dimensión comunitaria y la vinculación con la Iglesia en la liturgia. Esta conciencia creciente se hace desde la austeridad y la sencillez, con escasez de medios y desde el compromiso personal. Es necesario recordar que la tradición constante, casi universal de las hermandades, ha sido situar la caridad y la vida de fraternidad en el centro de la existencia. El amor a los pobres es uno de los signos fundamentales para la credibilidad del Evangelio.
Por todo ello, desde aquí, quiero manifestar mi respeto y admiración a todos los miembros de la Junta de Cofradías y a tantos cofrades y miembros de las hermandades que, año tras año, se empeñan en este noble esfuerzo de renovación. A ello también colaboran, sin duda, el impulso de nuestro Obispo, las autoridades civiles y militares, el cabildo, los conciertos de música sacra, los ilustres pregoneros y pregoneras, las parroquias, la vida consagrada, algunas asociaciones civiles, los movimientos apostólicos y la ciudadanía de buena voluntad. ¡Felices Pascuas!
Mario Vázquez Carballo
Vicario General de la Diócesis de Lugo