DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA 2024 | CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE LUGO, ALFONSO CARRASCO ROUCO

Compartir la propia persona

noviembre 5, 2024 · 22:54 X

Queridos hermanos: Aunque muchas veces hablamos del compartir en la Iglesia a propósito de bienes y riquezas materiales, en realidad la comunión eclesial que vivimos en nuestra diócesis se refiere ante todo y sobre todo a las personas, a nuestra entrega y a nuestra vida.

Es bueno recordar que compartimos lo que somos, procuramos dar nuestras personas, somos felices cuando ponemos en juego, alma, corazón y vida. Esta es la sustancia verdadera de nuestra Iglesia diocesana, de nuestra unidad, que no se mantendría sobre ninguna otra base, que sería siempre insuficiente.

Este compartir personal es hecho posible por la fe en nuestro Señor Jesucristo, de quien todos podemos decir «que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20).

En su presencia, en el encuentro con él, despierta nuestra conciencia de Dios, de su amor inmenso, y de nuestra dignidad y destino. Se nos ilumina la ley verdadera de la vida –que es el amor– como posibilidad real para cada uno, dejamos atrás radicalmente la soledad, mientras descubrimos que gozamos de su compañía fiel. Se nos abren espacios de acción y de sentido, de entrega personal, de colaboración en la gran obra en la que él es la piedra angular, la cabeza que distribuye dones y tareas.

En el encuentro con el Señor se desvela la inmensa riqueza de la vida, de nuestra llamada a la existencia; más aún, crecen y se multiplican nuestras posibilidades naturales, con dones, responsabilidades y fecundidad imprevisibles. Somos llamados a una historia nueva, grande y buena, por aquel que es el Señor, salvador del mundo, camino, verdad y vida para cada uno, en toda circunstancia.

Y así, con él, compartimos lo que somos en la gran unidad de la Iglesia, en una «comunión» nacida de su presencia y nuestra respuesta, de su amor y nuestra libertad. Para unos esto sucede en el ministerio sacerdotal; para otros en el matrimonio, ante los desafíos del trabajo y de la vida social, en el diálogo con todos; para otros en la consagración de la existencia para dar testimonio del amor más grande, en el que todos confiamos y creemos. Pero todos experimentamos nuestra existencia como llamada a una plenitud de sentido, de entrega, de tarea: como una «vocación».

Todos somos conocidos por nuestro nombre; somos queridos y pertenecemos a la gran familia del Señor, en la que alienta la certidumbre de una plenitud de humanidad, de amor y de vida.

Este bien incomparable, en el que ganamos la propia persona y nos hacemos capaces de darla, lo recibimos como un don de manos del Señor, a lo largo de nuestro camino eclesial. Y así entendemos la verdadera naturaleza de nuestra Iglesia diocesana; que se expresa adecuadamente solo cuando celebramos unidos la eucaristía en nuestra catedral y en nuestras parroquias.

Que el Señor nos dé vivir con verdad nuestra fe y ganar conciencia de nuestra vocación; cuidarla como el tesoro y la perla más preciosa, como la levadura capaz de renovar toda la masa de la existencia; adherirnos a ella de corazón, a su palabra para nosotros, a la misión que nos confía en el mundo.

Y aprenderemos que quien la entrega por él y por el Evangelio gana su vida para siempre.

+Alfonso Carrasco Rouco

Obispo de Lugo