MARIO VÁZQUEZ CARBALLO | VICARIO GENERAL DE LA DIÓCESIS DE LUGO

MEDITATIO MORTIS

noviembre 2, 2024 · 19:34 X

“Olvidar la muerte es olvidarse”, afirma E. Morin. La negación de la muerte es hoy un dato empíricamente cierto, al menos por lo que tiene de negación de la inmortalidad, cuantificable incluso estadísticamente. Y es que, a la devaluación del individuo sigue la devaluación de la realidad de la muerte.

Ella, tan cierta y verdadera es objeto de represión, de adornos externos, de maquillaje artificial, de ocultamientos y de silencio. Esta esquizofrenia de los sentidos perturba la propia existencia y pervierte la vida misma. Edgar Morin, que sabe mucho de esto y escribió un precioso tratado sobre la muerte (El hombre y la muerte, Barcelona, 1974), dice que, la muerte diversifica al ser humano del animal, más nítidamente que los utensilios, el cerebro o el lenguaje.

Nada tiene de raro, por tanto, que, tras un desierto sistemático, filósofos, antropólogos y teólogos le concedan hoy de nuevo un rango de honor en sus reflexiones. Si bien es cierto que la filosofía de la muerte ha sido tradicionalmente una filosofía sobre la inmortalidad, hoy es abordada en sí misma y en relación con la vida. Ella, es inseparable de nuestra condición humana.

Meditar sobre la muerte en estos tiempos de proliferación de DANAS (las muertes más recientes y trágicas en nuestra España), guerras, pestes, muertes violentas y de inocentes, es un necesario ejercicio de sanación y purificación del pensamiento. Recientemente, tanto desde las disciplinas de la filosofía y antropología como desde la teología se ha pensado mucho y bien sobre la muerte, de modo que el abundar de las muertes parece haber obligado a pensar en la muerte.  Si los antropólogos están mayoritariamente de acuerdo en el dato de la finitud es porque no es susceptible de manipulación o camuflaje. Ella es la categoría más omniabarcante, la característica más infalsificable de la condición humana. La muerte representa así la evidencia física, irrefutable, de esa cualidad metafísica de la realidad del ser humano que llamamos finitud. Por eso es un tema antropológico antes que escatológico, aunque haya sido éste su lugar en los tratados. Pero también es cierto, como afirman la mayoría de los pensadores y estudiosos del tema (J. Luis Ruiz de la Peña, J. Moltmann, K Rahner, O. González de Cardedal, S. Kierkegaard, E. Bloch), que la meditación e indagación sobre la muerte se encuentra también con la posibilidad y la realidad de la esperanza.

Estos fundamentos antropológicos y filosóficos tienen mucho que ver con las celebraciones cristianas del otoño. La Iglesia, peregrina en la tierra, celebra el mes de Santos y Difuntos en los dos primeros días de noviembre.  De este modo conmemora la memoria de aquellos “cuya compañía alegra los cielos, recibiendo así el estímulo de su ejemplo, la dicha de su patrocinio y, un día, la corona del triunfo en la visión eterna de la divina Majestad” (elog. del Martirologio Romano). Y, después de su solicitud para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección (Id, cof).

Juan Luis Ruiz de la Peña, cuyas obras recomiendo, contribuyó con serena ecuanimidad a la meditación teológica sobre la muerte y la unidad indivisible de ésta con la eternidad. Porque la cuestión de Dios, cristianamente planteada, conlleva y encubre la cuestión del ser humano. Pensar y entender al ser humano desde Dios debe ser el cometido fundamental de todo teólogo y de todo aquel que se precie de ser cristiano. En los apuntes de una conferencia que le escuché en Madrid y que encontré entre papeles de mis recuerdos universitarios afirmaba: “Si Dios es quien dice ser, si Dios es el amigo fiel del hombre, si Dios ha creado al hombre por amor y para la vida, Dios no puede ser vencido por la muerte ni puede contemplar impasible la muerte de su amigo”. Es que somos “carne animada y alma encarnada”, unidad sustancial, personas libres abocadas a la muerte, a lo absoluto y a la eternidad. Este entrañable maestro y profesor, vecino de Vegadeo se despidió así de sus alumnos cuando le diagnosticaron una enfermedad que pronto le llevaría a la muerte: “He creído lo que he dicho. Ahora me toca vivirlo, y que Dios me ayude”. Hermoso epitafio para una “meditatio mortis”. 

Mario Vázquez Carballo

Vicario general de la diócesis de Lugo