Hace dos días. Ocho de diciembre. Solemnidad de la Inmaculada. Fiesta nacional vinculada a la tradición católica. Patrona de España. Los sacerdotes españoles tienen el privilegio de vestir casulla azul celeste, color inmaculista, en la celebración de la Eucaristía.
Habituados a ciertas expresiones y celebraciones (la solemnidad de la Inmaculada) me parece pedagógico titular este artículo por su opuesto. Lo sucio, lo inmundo, es el antónimo de lo inmaculado y, por antonomasia, de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María: la impoluta, la limpia, la intachable, la impecable, la pulcra. Calificativos que habitualmente utilizamos para resaltar la belleza y la limpieza interior. A este respecto, pensadores actuales se refieren a actuaciones éticas asignadas a la esfera de lo público con la nostalgia propia de una praxis política donde parece que ya no existe la virtud. Y lo peor, es que se intuye pero ni siquiera se le desea. Ya casi nadie habla de virtudes, sino de valores (sin entrar en debates, afirmo que los valores sin virtudes dejan de ser principios básicos que puedan regir la existencia humana). Las virtudes, es decir, las teologales y cardinales: la fe, la esperanza, la caridad, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza parecen ocupar espacios en los desvanes de antiguos edificios en decadencia y necesitados de urgente reconstrucción. Gran error.
¿Qué quiere decir que algo es inmundo? Nuestra intuición cotidiana nos remite al orden de lo sucio, lo repugnante. El término latino “inmundus” aparece en la Biblia para designar literalmente lo que es impuro ceremonialmente, “lo que está sucio o lo que es feo”. Se resalta así también, por contraste, el significado hondo y actual de la Inmaculada, de la figura de Maria en la historia de la humanidad y su aportación para el futuro.
Algunos datos significativos respecto a la figura de María: Ella es el rostro materno de Dios. Es lo que Dios pretende y eligió para sí mismo de lo femenino. Es la Gran Madre, la “Theotokos” (Madre De Dios) dogma acogido con gran entusiasmo callejero en el pueblo cristiano. Una gran manifestación grandiosa, con antorchas, se organizó en Éfeso para proclamar este dogma arraigado en el alma popular. Miles de voces cantaban el nombre de Maria, Madre de Dios. Pero no sucedió solamente en Éfeso. Ante la figura de María, también se desbordó la piedad tradicional del pueblo español. Fue España quien más impulsó el dogma de la Inmaculada Concepción, incluso ante la oposición de algunos teólogos y santos. La devoción filial a María, enraizada en todo lo que madre ha significado en muchas culturas, ha llegado incluso a exageraciones, pero en el fondo de la gran devoción late el hecho de que en una pobre gruta aconteció lo más trascendente de nuestra historia: una sencilla mujer de Nazaret dijo sí a Dios y el Verbo se hizo carne. Y habitó entre nosotros. Ella fue dichosa porque creyó.
Si se considera a María como expresión suprema de lo femenino, como el contrapunto de la inmundicia y de la corrupción, como el modelo de la transparencia y de la pureza, ¿por qué no podemos afirmar que aquella pobre de Nazaret, que con tanto gozo cantó el Magníficat, es nuestro modelo de integridad, interioridad y fe?
Con motivo de esta fiesta, invito también a los lectores de El Progreso a contemplar algunas de las bellas imágenes de la Inmaculada en nuestra Catedral de Lugo: en pintura, hermoso cuadro anónimo del siglo XVII, en la Sala Capitular. En la capilla de San Juan Bautista, coronando el retablo, una bella imagen de la Inmaculada. Nuestro Seminario Menor también está dedicado a la Inmaculada. Felicidades a las Inmas y a las Conchitas y a todas las Puras, purísimas e impolutas, y a todos los que aspiran a encarnar en sus vidas el decoro, la belleza, la verdad y el bien.
Mario Vázquez
Vicario General de la diócesis de Lugo
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