La Transfiguración, que hoy celebramos, nos invita a subir al monte Tabor, donde los apóstoles Pedro, Santiago y Juan tuvieron la dicha de contemplar la gloria de Jesús, como anticipo de la bienaventuranza que también nos espera a nosotros en el Cielo. Prometemos comportarnos como buenos cristianos, para que en su día, podamos disfrutar de la felicidad de la que Jesús goza ya en la gloria.
En el mundo existen diversas vocaciones: vocación de padre, vocación de profesor, vocación de campesino, vocación sacerdotal, etc. Pero hay una vocación que es común a todos los hombres: es la vocación a la felicidad. Todos queremos ser felices; y en función de la felicidad, programamos nuestras vidas, aunque no siempre con acierto.
Pensamos que para ser felices se requiere ser acaudalados, ser muy poderosos y disfrutar de inmensos placeres. Pero después de conseguir todo eso, sentimos que nuestros corazones siguen insatisfechos. No alcanzamos ser del todo felices. Hemos equivocado el camino. Sólo los caminos de Dios son garantía de felicidad. Sólo Dios puede hacer felices a los hombres:»nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón,hasta que descanse en ti»,nos dice San Agustín. Esta experiencia la tuvieron Pedro, Santiago y Juan, que después de ver a Cristo transfigurado, exclamaron:»¡qué bien se está aquí!».Aquellos instantes que duró la transfiguración en el Tabor, fueron unos minutos de Cielo para los tres apóstoles:se sintieron tan felices que desearían quedarse allí para siempre. Por experiencia vivieron lo que nos dice Santa Teresa de Jesús:»quien a Dios tiene, nada le falta:Sólo Dios basta «.
La dicha de poseer a Dios, se nos ofrece a todos ahora en la tierra viviendo en gracia y después en el Cielo, disfrutando de su gloria. Pero para que la presencia de Dios sea una realidad en nosotros, se requiere que la acojamos. Él está a la puerta y llama, como llamó a la puerta de los vecinos de Belén, para poder nacer en sus casas, pero aquellas puertas no se abrieron, y Jesús tuvo que nacer en un pesebre. Es que en la oscuridad no puede estar la luz, y donde hay odio, no se hace presente el amor, y donde reina el pecado, no hay cavida para Dios.
El Señor no busca riquezas ni brocados de seda para hacerse presente en el corazón del hombre. Sólo exige limpieza de alma, y a quien esto tiene, Dios le hace feliz y le enriquece con su presencia.
Hay que distinguir entre disfraz y transparencia. Disfraz es una indumentaria que oculta la realidad…y en esto caemos muchos cristianos creyendo que con nuestros ritos, convertimos el mundo en Cielo pero el mundo en que vivimos no es Cielo. Debemos nosotros hacer de este mundo una vereda de felicidad, convirtiendo nuestras vidas en transparencia del vivir de Cristo, garantía de felicidad. El disfraz aparenta valores que no existen, y oculta defectos que no se ven, pero que tristemente afean nuestra conducta y que dificultan nuestra entrada en el Cielo, porque nada impuro tiene cavida en la mansión de los bienaventurados. Evitemos que nuestro cristianismo se quede en el comportamiento de unas normas ritualistas, sin encarnar el espíritu moral del Mesías, porque sólo su encarnación en el vivir de cada día será garantía de gozo en la patria celestial.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo