Dublín, agosto de 2018. Estaba en una capilla rezando durante el Encuentro Mundial de las Familias cuando llegó una madre con dos niñas pequeñas. Una de ellas rápidamente se puso de rodillas, junto sus manos y cerró sus ojos. Movía los labios y pronunciaba entre susurros su plegaria. ¡Era algo sencillo y, a la vez, impresionante! Y es que, a veces, lo más importante lo pronunciamos entre susurros y de un modo sencillo.
Aquel “pequeño” gesto hablaba no solo de la niña, sino también de su familia. Había aprendido a orar, a hablar, a reconocer la presencia de Jesús. En definitiva, había aprendido a amar. Porque lo que amamos lo oramos, lo anhelamos y lo susurramos.
La familia es un susurro de Dios. A lo largo de la historia de la salvación, desde el comienzo hasta Jesús, vemos que el Señor habla en repetidas ocasiones en la Biblia. Lo hace de muy diversas formas. Pero en Belén, en aquella jornada en la que José y María no encontraron posada, la Sagrada Familia se refugiaba en el silencio de la noche.
Dios susurra a nuestro corazón a través del amor de nuestra madre, que nos compra aquello que necesitamos sin que lo pronunciemos, que presiente cuando algo está mal con solo escuchar nuestra voz o que vibra de alegría con cada meta que logramos.
El susurro de Dios invade nuestro corazón a través del abrazo de nuestro padre, el que siempre está dispuesto a colaborar con nosotros, que presta oído a nuestras historias más descabelladas o el que nos anima para que hagamos realidad nuestros soñados proyectos.
El amor de nuestros padres es un susurro cuando en él se descubre la primera escuela de amor en cada detalle, en cada sencillo gesto y en su perseverancia en un camino a veces lleno de obstáculo. Y de ellos nos vienen tantos otros regalos que son la voz de Dios que habla bajito a nuestro corazón: nuestros hermanos, que nos enseñan lo que significa la entrega y la unión; nuestros abuelos, que son la generosidad personificada; nuestros tíos, primos…
Y, ¿por qué nos susurra Dios? ¿Y cómo lo hace? En la oración de aquella niña se contemplaba la historia de una familia cuya fe es un valor de gran importancia, cuya unión se dejaba entrever en la mirada tierna de su madre y en la esperanza de aquellos pequeños pies pisando fuerte hacia un futuro por venir. Así nos susurra Dios, en el amor de nuestros padres, hermanos, abuelos, tíos… Y lo hace para descubrirnos que, en medio de la soledad de la noche del mundo, en medio de las tribulaciones y en las grandes alegrías, Él se hace presente con nosotros y nos ha regalado una forma de hacer permanente su susurro: la familia.
Ahora, con ocasión del Año de la Familia, este susurro debe resonar fuerte. Será una ocasión estupenda para descubrir que la familia es transversal en toda la acción de la Iglesia: la infancia, la catequesis, el matrimonio, los enfermos, la pastoral vocacional, la caridad, etc. Muchas actividades van a conjugar este año donde la familia debe sentirse protagonista de su propia historia y debe ser el actor primero de la vida eclesial. Pero el lugar fundamental de este año será en cada hogar, en cada matrimonio, en cada familia, allí donde el susurro de Dios se escucha mejor.
Nicolás Susena Presas
Delegado de familia de la Diócesis de Lugo y párroco de Castroverde