Está comprobado que las cosas materiales no son capaces se llenar el interior de una persona. Nos empeñamos en ello, pero cual drogadictos lo único que hacemos es aumentar cada día la dosis, a ver si así funciona; sin embargo, las cosas no cambian y el vacío sigue vacío.
Otras veces intentamos llenar ese vacío con «ruidos» de todo tipo. Estamos hiperconectados hasta las trancas y con una saturación de noticias nunca vista. Pero el vacío sigue vacío y el silencio produce un ruido atronador que no lo calman ni las copas de un sábado por la noche ni la mejor de las pastillas para dormir ni las vacaciones disfrutadas en un lugar de ensueño para tratar de «desconectar».
El paradójico ruido del silencio y del vacío se nos hace insoportable, hasta el punto de provocar en nosotros una locura que nos llevará a hacer cosas totalmente aberrantes, como deshacernos de las personas más débiles, como son los niños sin nacer y los ancianos desamparados, a los que se les hizo creer que su vida ya no vale porque solo gastan y no producen. Como dicen nuestros obispos, que haya enfermos incurables no quiere decir que sean incuidables y lo que necesita nuestro país es una ley de cuidados paliativos. Una muerte cuando es buscada por uno mismo nunca es digna.
Construimos nuestra sociedad sobre valores que nos proporcionan, en principio, una vida muy cómoda. Pero se está comprobando como esta comodidad de unos es a costa de sacrificar la vida de los demás y, quizás del mismo modo, también otros en el futuro sacrificarán la nuestra cuando estorbemos. Y eso porque tuvimos la suerte de nacer, pues otros muchos, millones en los últimos veinte años, no la tuvieron.
El tiempo actual también se caracteriza por la excesiva y exhaustiva programación y planificación. Queremos tener todo bien atado y que nada perturbe nuestra paz. Pero la realidad, una vez más, es tozuda y tenemos que cambiar de planes todos los días y por todo tipo de motivos. Pero como a un niño por nacer se le ocurra cambiar los planes de sus padres, que se vaya preparando. Y como a un anciano se le ocurra dejar de ser autónomo, que vaya haciendo también las maletas.
El ruido del silencio y del vacío nos denuncia la «esquizofrenia» en la que vivimos. Así, tanto celebramos por todo lo alto el nacimiento de un niño al mismo tiempo que reivindicamos el derecho a abortar a otro que venga detrás si no lo hace de acuerdo con nuestros planes. O somos capaces debatir en el Congreso una ley sobre la eutanasia el mismo día en el que el mundo entero celebra una jornada dedicada a la prevención del suicidio. Pues ya me dirán qué es la eutanasia (o con el eufemismo con el que quieran llamarla) sino un suicidio asistido.
No sé a dónde vamos a llegar. Creo que no muy lejos, pues tanto el aborto como lo eutanasia son la consecuencia de una sociedad sin esperanza porque está vacía.
En nuestro interior hay un vacío y un silencio que solo Dios puede llenar de contenido, sentido y armonía. Dios es el único remedio para evitar que dentro de unos años nos avergoncemos de las atrocidades que estamos haciendo ahora. Además, debiéramos aprender del pasado, cuando con el beneplácito de una mayoría, también se hicieron cosas que ahora nos dan auténtico repelús. La vida del otro es sagrada y tiene valor absoluto, no hay nada más grande en este mundo.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada
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Comentarios a esta entrada:
Gumersindo
Bien pensado y bien expuesto, Miguel
10:40 | 8/03/21
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