El normal “modus vivendi” de todo buen ciudadano debe ser su inserción en el seno de una familia. Toda familia bien estructurada consta de tres elementos: la pluralidad de personas, la convivencia de ellas en el mismo hogar, y la afectividad mutua entre todos.
Una persona solitaria no es familia. El individualismo crea soledad. El hogar cuyos moradores no viven en comunidad, es la antítesis de una familia bien avenida. A ese hogar habría que llamarle parada turística, casa de comidas, fonda en el camino…, pero hogar familiar no. Los miembros de una familia tienen que ser personas vinculadas por lazos de consanguinidad o, al menos, integradas en el nuevo hogar, por imperativos legales, según los cuales pasan a ser miembros de ese nuevo hogar, con los derechos y obligaciones de un familiar más.
Los miembros de una misma familia conservan las características intransferibles de cada una de ellas: la paternidad, la afiliación, la fraternidad, etc.; pero todas estas connotaciones intransferibles quedan absorbidas por el nombre común de la nueva familia, que los aglutina a todos.
El ser miembros de una familia conlleva unos derechos y unas obligaciones de las cuales nadie debe abdicar, si quiere mantenerse como miembro del hogar en el que se ha integrado. Es que el estatus de familia no se funda tanto en unas disposiciones jurídicas, cuanto en la sangre que corre por las venas de todos sus miembros o en unos compromisos sacramentales que cada uno aceptó libremente ante el altar de Dios.
Estamos asistiendo a una progresiva degradación de la familia: Muchos jóvenes no quieren asumir un compromiso estable ante la sociedad; el número de divorcios y separaciones crece de forma alarmante de día en día; las actitudes adulterinas y las parejas de hecho están adquiriendo carta de ciudadanía; los valores religiosos están ausentes de muchos hogares…
Además desde el exterior se está librando un ataque obstinado a la institución familiar. Se les quiere reconocer rango de familia a ciertas formas de convivencia, que difieren radicalmente del verdadero matrimonio. Se desprecia la familia tradicional, acusándola de frenar el progreso, se ponen trabas a la libre elección de enseñanza para los hijos. Ante esta situación es necesario reaccionar y defender la familia de todos los agentes que tratan de degradarla. A ello debemos dedicar nuestras mejores energías, porque la familia es un compromiso y una tarea de todos, y porque, si recuperamos la familia, estaremos construyendo el futuro de una comunidad humana libre, solidaria y justa.
A ello nos ayudará el ejemplo de la Sagrada Familia, modelo de todo buen comportamiento. En aquel hogar, todo era paz y respeto mutuo. El Niño Dios valoraba la autoridad de San José y la maternidad de María. San José adoraba a Dios hecho Niño y quería con amor venerable a María su esposa virginal; y Ella era la gran responsable de aquel ejemplar hogar. Que nosotros les imitemos y que ellos intercedan por nuestras familias y las de todo el mundo.
Indalecio Gómez Varela
Canónigo de la Catedral de Lugo