INDALECIO GÓMEZ VARELA | 8 DE NOVEMBRO DE 2020

Los caprichos del otoño

noviembre 8, 2020 · 3:05 0

En el otoño los bosques se despojan de sus hojas, pero los árboles se mantienen en pie.

El tiempo pasa de las mentes, pero deja huellas. Las hojas caídas son huellas de que ha habido una primavera y un espío. Las canas de nuestro cabello nos advierten de que empieza el otoño de nuestra vida. Las arrugas de nuestras mejillas son huellas de juventud que ya toca a su fin…

Cuando los bosques se desnudan de su follaje, es señal de que el invierno está a la puerta….

Estos deterioros de las personas y de los objetos son huellas de algo que pertenece al pasado. Sin embargo, algo permanece: son los árboles que se mantienen en pie, en espera de una nueva primavera. Con el próximo clima primaveral, en el árbol brotaran nuevas ramas y hojas. Estas brotaran de las huellas que dejaron las hojas caídas en los otoños pasados.

Empieza una nueva etapa en el viejo bosque. Y en este nuevo proceso de la historia del árbol, se muestran como constantes vitales, el reconocimiento de que alguien arrojo una semilla en la tierra, de la cual nació el árbol que ahora contemplamos; y la responsabilidad de que su misión es dar fruto; y también la necesidad de un clima propicio para que el proceso de la nueva planta llegue a su plenitud.

El proceso del árbol en el bosque es similar al desarrollo del hombre en la historia de la humanidad. La mano del Creador arrojó el germen de la vida humana en el seno de la tierra, y surgió el hombre con la consigna de crecer cuantitativa y cualitativamente; y el número de habitantes se multiplico inconmensurablemente en este mundo en el cual vivimos. Y la ciencia y la industria progresaron con tal rapidez, que el habitat de nuestra generación no se parece en nada al mundo que contemplaron nuestros abuelos.

En ciencia y en arte nuestra sociedad aventaja abismalmente al mundo de Adán y Eva: nuestro pan es más blanco que el de entonces y el vino de nuestras bodegas es más abundante que el de las riberas adámicas, aunque esté aguado por el sudor de los viñadores. A pesar de todo, nos felicitamos por el progreso económico de nuestra generación; pero no podemos felicitarnos por el nivel de convivencia en que se desenvuelve la historia de nuestros días. Sobran fronteras geográficas entre las naciones. Sobran fronteras sociales entre los vecinos de un mismo pueblo. Falta colaboración internacional para elevar el nivel social de los pueblos del Tercer Mundo.

Lamentablemente es una triste realidad la denuncia que de estas deficiencias acaba de hacer el Papa Francisco en la encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. Vuelve a estar de actualidad el viejo aforismo de «homo, homini, lupus». Hasta algunos sectores cristianos nos olvidamos de que la esencia del Evangelio es la afiliación para con Dios, y la fraternidad entre los hombres. Hay que reconocer que, en buena medida, el mundo está dejando de ser cristiano. Admitámoslo, y no nos contentemos con darnos de baja en la lista de los culpables, si no más bien, inscribámonos en el número de los colaboradores, para que el mundo vuelva a reconocer a Dios como Padre y a los hombres como hermanos.

Indalecio Gómez Varela

Canónigo de la Catedral de Lugo

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