Desde hace unos años se discute en muchos foros si estamos en un cambio de época más que en época de cambios. La crisis general provocada por la Covid-19 es vista por muchos como ese punto de inflexión que marca el fin de una época y el comienzo de otra. Supongo que es muy pronto para decidirlo y que es necesario que pasen unos cuantos años para ver qué hecho de la historia reciente se lleva el premio de ser el icono de ese cambio de época.
Durante los primeros días del estado de alarma me aventuré a profetizar que esta situación iba a adelantar en 5-10 años el proceso de descristianización en el está Occidente desde hace ya bastante tiempo. Algunos compañeros me dijeron que exageraba aunque estos mismos después me dieron la razón cuando volvimos a la nueva normalidad. Siento no haberme equivocado.
Durante estos días ya se han empezado a oír más voces diciendo esto mismo, incluso las de algún cardenal de la Iglesia, como la del arzobispo de Luxenburgo, Mons. Hollerich, que sostiene que la pandemia de coronavirus puede haber acelerado la secularización de Europa en 10 años y que esta situación tiene que ser una oportunidad «que nos permita reorganizarnos mejor, para ser más cristianos» y dejar atrás un «cristianismo meramente cultural»
Muchos años antes fue el conocido teólogo Rhaner el que dijo «el cristiano del futuro o será un místico o no será cristiano». Ya en aquel momento se veía venir con toda claridad el cambio de época que se puede estar produciendo en este tiempo.
Está claro que un cristianismo meramente cultural solo sirve para falsear las estadísticas y creernos que todo estaba bien, porque las iglesias aún se llenaban con bastante frecuencia. Pero basta un virus para que de la noche a la mañana las iglesias se queden vacías y, lo peor, que casi nadie lo lamente ni eche en falta los sacramentos ni un lugar en el que alimentar la fe; ni siquiera en el momento de despedir a los seres queridos.
Me gusta recordar con frecuencia las palabras de Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, en la que nos deja esta rotunda afirmación: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Este es el futuro y por aquí es por donde tenemos que recomenzar. Todo lo demás es un querer y no poder.
Cuesta poner el punto final a una época. Cuesta cerrar una puerta. Pero cuando los balances son los que son es necesario hacerlo de una vez y comenzar de nuevo y de «cero», volviendo a los orígenes para que la fe en Jesucristo sea lo tiene que ser y no una cosa meramente cultural. Algo de lo nos servimos cuando no sabemos qué hacer cuando el niño nace, se hace adolescente o cuando hay que despedir al padre o al abuelo.
Ante esta situación provocada por el coronavirus y sus efectos colaterales en la vida de la Iglesia y de los cristianos, solo nos queda decir como el salmista (123, 8a): «Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra».
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de A Fonsagrada.