En medio de esta pandemia celebramos la solemnidad de San José, a quien la tradición católica invoca como el CUSTODIO. San José fue la persona clave a la que pudieron confiarse Jesús y María cuando arreció la prueba. El cuidado y protección de José fueron determinantes para escapar de la matanza de Herodes, así como para hallar refugio en Egipto, donde permanecieron confinados hasta la muerte del tirano.
Cuando la peste devastaba Europa, las víctimas recurrían a San José y a su intercesión milagrosa. Por ello, el Papa Francisco, al mismo tiempo que recalca la imperiosa necesidad de seguir todos los requerimientos sanitarios dados por las autoridades, nos enseña a dirigirnos al CUSTODIO con esta oración compuesta por él mismo cuando era arzobispo de Buenos Aires:
«Glorioso patriarca San José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo, a fin de que tengan una feliz solución. (…) Y, puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder».
En este contexto, acaso no esté de más recordar la común raíz etimológica de los términos “cuaresma” y “cuarentena”. Las circunstancias –la providencia, que diríamos los creyentes— nos llaman a vivir este momento como un tiempo de prueba, en el que estamos llamados a desarrollar virtudes, tales como la obediencia, la disciplina, la paciencia, la templanza, la fortaleza, la alegría, la generosidad, la confianza y la fe.
De modo similar a como aconteció a Jesús en los cuarenta días que pasó en el desierto, no han de faltarnos tentaciones en este periodo de confinamiento. Me atrevo a señalar algunas: discusiones y peleas familiares, utilización adictiva de las tecnologías, hábitos alimenticios nefastos, recurso a la pornografía y al juego, desorden , pereza, tristeza, desconfianza, miedo y desesperanza.
Seamos o no conscientes de ello, a lo largo de esta cuarentena/cuaresma, va a tener lugar una batalla en nuestro interior, de forma que en no pocos de nosotros se producirá una transformación notable, para bien o para mal. Las grandes crisis son grandes oportunidades de crecimiento, pero no por ello se han de olvidar todos los peligros que encierran. La trinchera de esta batalla moral a la que me refiero no está fuera de nosotros, sino que atraviesa nuestro corazón.
La tradición de la Iglesia nos recuerda en este tiempo tres de los principales consejos evangélicos: oración, ayuno y limosna. Explicando esta tríada, San Pedro Crisólogo, arzobispo de Rávena en el siglo V, decía así: «La oración llama, el ayuno intercede, y la misericordia recibe». Estos tres consejos evangélicos –oración, ayuno y limosna— no dejan de ser una concreción de las tres dimensiones de la vida moral: mística, ascética y socio caritativa.
Pues bien, si alguno pensaba que estos conceptos de la tradición católica son una mera abstracción alienante de la realidad, la crisis generada por un microorganismo al que llamamos Coronavirus, nos coloca en un escenario en el que se encarnan estos principios de la vida espiritual. Este es el marco en el que oramos a Dios pidiendo misericordia, acompañando nuestra súplica con un ayuno/sacrificio sincero, y traduciendo ambas cosas –oración y ayuno— en una entrega práctica y generosa hacia los que sufren.
La oración sin ayuno y limosna no sería sino un mero ejercicio de relajación. El ayuno sin oración y limosna se reduciría a un puro voluntarismo. La limosna sin la oración y el ayuno corre el peligro de reducirse a un acto contaminado de vanidad, en el que nos buscamos a nosotros mismos. Es por ello que San Pedro Crisólogo concluye diciendo:
«Las tres constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente».
En esta crisis se esconde una llamada a redescubrir muchos valores que nuestra sociedad del bienestar ha ido dejando en el olvido. Y es que, desgraciadamente, la frivolidad ha ganado mucho terreno en las últimas décadas.
Os comparto también estas dos citas bíblicas que me acompañan estos días. La primera es del Antiguo Testamento, concretamente del libro de Esther:
«¡Oh Dios, que todo lo dominas!, atiende a la voz de los que pierden la esperanza (…) Y a mí, quítame el miedo» (Libro de Ester 4, 17z).
La segunda cita es de la carta de San Juan:
«Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
Os invito en este tiempo, a falta de la celebración presencial de la eucaristía, a estar atentos a otras alternativas para nuestro cultivo interior. Destaco especialmente el conducto del WhatsApp diocesano (689.105.191), además de la retransmisión de la Misa por TeleDonosti a las 18:00 en los días festivos.
Por cierto, hay una novela sobre la vida de San José que no me resisto a recomendaros. Se trata de un clásico del que se han vendido cientos de miles de ejemplares: “La sombra del padre”, del autor polaco Jan Dobraczynski. ¡Una excelente lectura para este tiempo de confinamiento!
+ Jose Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián
[Foto: Imagen de San José que se venera en la iglesia parroquial de Negueira de Muñiz]
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