“Cuando hablamos de las distintas épocas de la fe, tenemos razón si decimos que, durante siglos, que eran siglos de cristiandad, que eran siglos de la ley del amor, que eran siglos del reino de la gracia, anni Domini, anni gratiae Domini, la fe, la creencia, era común.
Era, por así decir y literalmente, pública, estaba en la sangre y en las venas comunes, estaba en el pueblo. Era evidente, era por así decir, de derecho común. Recibía, no solo un asentimiento, sino una celebración pública, solemne, oficial. Y tenemos razón si decimos que hoy ya no es lo mismo. Tenemos razón históricamente. (…) Quizás no sea orgullo. Sólo constatar algo a nuestro alrededor. Que, asaltados por todas partes, probados por todas partes, de ninguna manera quebrantados, nuestras constancias modernas, nuestras fidelidades modernas, cronológicamente modernas, aisladas de este mundo moderno, (…) incansablemente asaltadas, (…), inagotablemente golpeadas por mareas y tempestades, siempre de pie, solas en todo un mundo, de pie en todo un mar inagotablemente encrespado, solas en todo un mar, intactas, enteras, nunca de ninguna manera mermadas, acaban por hacer, por constituir, por elevar, un bello monumento en presencia de Dios”.
Este texto de Charles Péguy es de 1911 (“Un nouveauthéologie. M. Ferdinand Laudet”, G. III, 459-464). Parece de hoy. Me pareció una inteligente reflexión en este domingo en el que celebramos los 350 años de la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia a Jesús Sacramentado. Es una fecha histórica. Una fecha que nos llega cargada de historia, de numerosas historias donde lo civil y lo religioso eran, como dice Péguy, “de derecho común”. No es tiempo de nostalgias, pero tampoco de rendiciones. La Iglesia del Concilio Vaticano II era y es consciente del fenómeno de lo secular: fenómeno que generó libertades, clarificó posturas, engendró respeto mutuo y promovió innumerables mesas de diálogo entre la fe y la cultura, la sacralidad y la secularidad, lo religioso y lo profano.
Algunos pensadores lucenses escribieron recientemente que las exposiciones conmemorativas del 350 aniversario, así como los concursos, conciertos, festivales de órgano, etc. muestran la excepcional realidad que generaron estos 350 años, haciendo patente este sentimiento de comunidad y devoción a la Eucaristía que demostraron los regidores en 1669 y que sigue hoy presente superando todas las mareas de la historia. La evolución temporal de la Ofrenda es, en la actualidad, uno de los mayores signos de identidad de nuestra tierra gallega, reuniendo anualmente en Lugo a los delegados regios de las siete capitales y a los obispos de las cinco diócesis gallegas.
Son tiempos para unir fuerzas, ideas y esfuerzos por una sociedad mejor y más comprometida con la realidad social que nos envuelve. El Dios que quiso hacerse presente en la Eucaristía es el mismo que dijo “lo que hagáis a uno de estos, los pobres, a mí me lo hacéis”. Esta dimensión ciudadana y social del cristianismo se expresa con claridad en este significativo día. Por eso, después de escuchar algunas declaraciones de personajes que nos representan en el mundo de la política, conviene recordarles, en este día, el artículo 16,3, de la Constitución: “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”.
Que bien entendía de estas necesidades mutuas nuestro poeta Manuel María: ¡Dános o Teu pan, Señor, che pregamos! ¡Danos o Teu pan, Señor, que temos fame!
Mario Vázquez Carballo
Deán de la Catedral de Lugo
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