Convocados a una nueva evangelización.
El evangelio no es una realidad que flote en el vacío. El evangelio es siempre un acontecimiento histórico . El evangelio se encarna y existe en personas concretas que lo anuncian y comunican y en personas concretas que lo acogen y que lo viven.Por, eso no existe evangelización sin evangelizadores. Y no acontecerá una evangelización nueva, si no hay evangelizadores nuevos
El problema vocacional, del que tanto se habla hoy en la iglesia, no consiste, sobre todo, en la escasez del número de sacerdotes y religiosos, sino en la ausencia de la experiencia de vocación. No se escucha la llamada del resucitado a evangelizar. Son muchas las parroquias, las comunidades y grupos cristianos que viven su fe sin sentirse llamados a comunicarla.
El Vaticano II afirmaba, sin embargo, que la iglesia entera es misionera y la obra de la evangelización es un deber fundamental del pueblo de Dios. Despertar esta conciencia de que todo el pueblo de Dios es portador activo de la evangelización y de que todos estamos llamados a evangelizar representaría hoy entre nosotros una novedad de gran alcance.
Si queremos poner las bases de una nueva evangelización es necesario despertar la vocación misionera y el potencial evangelizador de los creyentes, las familias, los grupos cristianos, las comunidades y las parroquias.
La llamada a la evangelización
Esta no nace automáticamente de la lectura de los objetivos y programas pastorales, solo será posible su nacimiento en un clima de atención, apertura y escucha de Aquel que nos está llamando De ahí la importancia de la oración para la evangelización.
Pero no cualquier oración. Tiene que ser una oración hecha de silencio y de escucha a ese Dios que, en Cristo, ama a todos a los hombres y quiere que todos lleguen al conocimiento de la verdad.
Para que surjan hoy nuevos evangelizadores, es necesario escuchar la llamada. Es necesario el encuentro con el que nos llama. Sólo en el encuentro amoroso y silencioso se escucha la llamada a la misión, algo ocurre dentro de nosotros, que despierta el interés por la tarea evangelizadora, todo nuestro ser se siente llamado a proseguir hoy la acción salvadora y esperanzadora del mismo Cristo.
Por otra parte la vocación siempre es personal. La ha de escuchar cada creyente. Hay siempre una llamada dirigida a mí, a la que nadie puede responder en mi nombre. Esta respuesta insustituible la he de dar yo. Por eso, la verdadera vocación a la evangelización sólo puede nacer de éste encuentro personal. San Juan destaca bien esta dimensión vocacional en la experiencia Pascual de María Magdalena. María reconoce al resucitado en el momento en que se siente llamada por su propio nombre: María . Sólo entonces podrá escuchar personalmente su misión: Vete a mis hermanos y diles…. María Magdalena va y dijo a los discípulos: He visto al Señor… (Jn 20, 16-18). Nuestra iglesia está necesitada de esta oración en la que los creyentes se sientan llamados por su propio nombre a la tarea evangelizadora.
Pero no basta sentirnos llamados, es necesario aprender a vivir como enviados de Jesucristo… al servicio y crecimiento del reino de Dios. Para ello tenemos que alimentarnos de la oración, pues la espiritualidad del apóstol o enviado consiste en vivir desde Otro para otros, vivir desde Cristo para los hermanos. San Pablo dice que ha recibido de Jesucristo la gracia y el apostolado (Rm 1, 5). Sólo en la experiencia del encuentro con Cristo se desarrolla la personalidad apostólica y el creyente se sabe escogido para el evangelio de Dios (Rm 1, 1).
El cristiano solo por el mero hecho de serlo, es enviado y apóstol evangelizador. Pero la nueva evangelización no será posible sin una oración que ayude a pasar de una vivencia de fe centrada en uno mismo a una existencia cristiana volcada hacia los demás. Una oración en la que el creyente se sienta arrastrado por la corriente del amor de Dios a los hombres y de la ternura del Padre.
Esta oración apostólica es absolutamente necesaria para que en nuestras comunidades cristianas se pase de una fe vivida como en secreto y a escondidas a una fe confesante, de una fe vivida de forma privada a una fe expresada y anunciada, de una fe vivida como de incógnito a una fe testimoniada y encarnada en el mundo, una fe que desarrolla su fuerza salvadora en medio de la sociedad.
Después de esto deberemos preguntarnos: ¿cómo acercar a Dios a las personas que, habiendo oído hablar de Él, hoy le dan la espalda? ¿Cómo hacer creíble a Jesucristo a quienes lo rechazan, después de haber escuchado, de alguna manera, su mensaje?.¿ Hemos perdido los creyentes capacidad para presentar la salvación cristiana como Buena Noticia?¿ Por qué el anuncio cristiano ya no es Buena Noticia para muchos?. ¿ Es problema sólo y exclusivamente de la sociedad actual? o ¿es problema también de que la sal se ha desvirtuado y que la luz a quedado oculta?
Reflexionemos sobre estas preguntas, saquemos nuestras propias conclusiones y que el Señor nos ayude a actuar en consecuencia. (JVL)
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