El verano es para mí, tiempo de descanso y reflexión. Este, sin duda, ha sido en el que más he percibido el paso del Señor en mi vida. He descansado en el Señor con el convencimiento de que, lo que deba pasar va a pasar y que sea lo que sea, sin duda, va a ser lo mejor para mí.
Inicio mis vacaciones programando un viaje a Barcelona que tenía pendiente desde hace 7 años, cuando fallece mi único primo. Por diversas circunstancias personales y familiares no pude acudir al funeral y acompañar a mi tía. Era, por tanto, una deuda pendiente y un intento por resolver una parte de mi historia personal.
Es esta la primera experiencia veraniega en la que veo clara la presencia de Dios en mi vida. Vivo su misericordia de mano de mi tía. Ella es, sin duda, la viva imagen de un Dios Amor y Misericordioso. No sólo no encuentro en ella una acogida sobrehumana,sino que aún declarándose atea, muestra una actitud de entrega, perdón y humildad digna de alabanza. Intento entender la infinita misericordia del Señor, pues yo, en su situación, si los papeles se invirtieran y un familiar no acudiese al funeral por mi único hijo fallecido, estoy segura no lograría perdonar como lo hizo ella, justificándome no juzgándome, incluso acogiéndome en su casa como si del “Hijo Pródigo” se tratase, sin darme ni siquiera la oportunidad de disculparme. No sólo me perdona sin pedirme ningún tipo de explicación y dándome la bienvenida a casa, sino que no puede esperar a hacer de mi estancia un recuerdo inmejorable.
Retorno en paz y en mi intento por vivir un verano “centrada” en Cristo me encuentro con el descubrimiento de que soy una persona demasiado “afectiva”, preocupada por las cosas del mundo y con un control excesivo sobre todo lo que me rodea. Soy la hija pequeña de una familia de 8 miembros, que a la edad de 10 años pierdo a mi padre. Con esta pérdida me queda un vacío que no logro llenar y, tras 30 años, todavía intento sustituir de forma equivocada, con el excesivo cariño por aquellos que me rodean, con la entrega desmesurada a los demás, con la preocupación en demasía por las cosas mundanas y con el progresivo distanciamiento de Dios y de la Virgen.
Todo esto me hace perder el rumbo, poniendo como centro de mi vida a distintos ídolos que cuanto menos logran que deje de mirar a mi Cruz con respeto y admiración pero… Al descubrir al Señor, tan pendiente de mí, y a su madre que me cuida y me consuela, es cuando mi propia vida cambia. Posiblemente sea una transformación sutil y vaga, invisible a los ojos del mundo, pero que se va gestando a lo largo de mi camino.
Dios Padre se hace presente en toda mi vida y se muestra compasivo, misericordioso, delicado y, sobre todo, amoroso. Descubro, a través de personas importantes para mí, cómo soy una mujer de poca fe (Mt 6,25~31), pues si realmente creyese la Palabra no viviría entregada a las preocupaciones, al qué pasará y por esto, y por aquello, pues el convencimiento de que Él todo lo puede harían de mí una mujer confiada, serena y Santa.
Y aquí estoy, escribiendo este correo que ya hace tiempo prometí a Miguel. Ahora que se traslada a ejercer su ministerio a Fonsagrada quiero dejarlo escrito. Finalizo dándole las gracias por su entrega, su sencillez y sobre todo, por estar siempre ahí. Por supuesto, entenderéis lo que me cuesta aceptar los designios del Señor. No me canso de rezar por tí. Gracias Miguel.
Opina sobre esta entrada: