Hace unos meses escuché en Radio María como un locutor advertía a los oyentes que iba a dar una lección de teología básica. Esto me llamó la atención y me dispuse a escuchar subiendo el volumen de la radio del coche. Apenas me dio tiempo a hacer esto, porque la lección era solo el título de este artículo: “Dios existe, y no eres tú”. En aquel momento pensé que era una perogrullada y un recurso más para captar la atención de los oyentes. Pero esta afirmación, aparentemente simple, ya no se me fue de la cabeza en toda la tarde.
Sabemos que no somos Dios, pero en la práctica actuamos como si lo fuéramos. Al fin y al cabo, no es nada nuevo, en el libro del Génesis vemos a Adán y Eva queriendo ocupar el lugar de Dios cuando sucumben a la promesa tentadora de la serpiente.
Expresiones como “yo hago lo que me da la gana”, “en mí no manda nadie”, “yo soy libre”, no vienen sino a decir que no recocemos una entidad moral superior a nosotros. Negamos al Dios auténtico para erigirnos en dioses de nosotros mismos.
Otras veces nos parece que si nos dejamos guiar por Dios es porque somos infantiles, por lo que una persona o sociedad adulta no puedo o no necesita de nada ni de nadie que pueda dirigir sus pasos. Absolutizamos nuestra autonomía y nos creemos que eso es Dios negando, una vez, más al auténtico.
Las consecuencias de esto, lejos de ser inocuas, son terribles y ya son más que notables en el mundo actual. Sin un criterio ético que tenga su origen en un ser personal superior y absoluto la única norma será, en el mejor de los casos, la que surja de una mayoría de subjetividades. Sin Dios todo está permitido. Es la palabra de uno contra de la otro, por lo que el choque está garantizado. Ya saben aquello del “homo hominis lupus” de Hobbes.
Estamos en la época de “los derechos y las libertades”, pero sin darnos cuenta caímos bajo la dictadura del relativismo. Nos creemos adultos y libres, pero en realidad somos unos niños esclavos.
Termino con unas palabras del Papa Francisco pronunciadas en la audiencia del 10 de septiembre de 2016, en las que constata, con tristeza, cómo el hombre de hoy no acepta ser salvado por Dios y quiere salvarse él solo con su libertad:
“La palabra «redención» es poco usada, sin embargo es fundamental porque indica la liberación más radical que Dios podía realizar por nosotros, por toda la humanidad y por toda la creación. Parece que al hombre de hoy ya no le guste pensar que ha sido liberado y salvado por una intervención de Dios; el hombre de hoy, en efecto, se ilusiona con la propia libertad como fuerza para obtenerlo todo. Hace alarde también de esto. Pero en realidad no es así. ¡Cuántas fantasías son vendidas bajo el pretexto de la libertad y cuántas nuevas esclavitudes se crean en nuestros días en nombre de una falsa libertad! Muchos, muchos esclavos: «Yo hago esto porque quiero hacerlo, yo consumo droga porque me gusta, soy libre, yo hago aquello otro». ¡Son esclavos! Nos convertimos en esclavos en nombre de la libertad. Todos nosotros hemos visto personas por el estilo que al final acaban por los suelos. Necesitamos que Dios nos libere de toda clase de indiferencia, egoísmo y autosuficiencia”.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán
Foto: Elentir.
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