[Testimonio. El correo de los lectores, 10 de diciembre de 2016]
Antes de nada pediros perdón por esconderme detrás de un seudónimo. Considero que no soy ejemplo de nada, pero Miguel me pidió que escribiera mi testimonio por si le puede ayudar a alguno de los lectores de la hoja parroquial de San Froilán, y por eso lo hago.
A los 37 años me diagnosticaron una enfermedad neurológica crónica, de las que llaman “raras”.
Es un duro golpe cuando ves que todo por lo que has luchado durante tantos años y con tanto esfuerzo se desmorona en tan solo un momento. Mi vida entró en un huracán de sentimientos, inseguridades, que me hacían dudar de todo, incluso de mí misma y hasta de Dios.
Entré en un círculo vicioso de hospitales, tratamientos, operaciones… que solo me servirían para poner parches pero nunca para curarme. Por más que pensaba y repensaba las cosas no lograba comprender “¿por qué me pasa esto a mí?”.
Un día, un sacerdote amigo mío vino a verme. Coincidió con uno de mis peores días y tenía el ánimo por los suelos. En silencio escuchó todas mis quejas y su hombro fue mi pañuelo de lágrimas. Al final solo me dijo una cosa: “Dios te está haciendo grande”. En aquel momento no entendí lo que me decía. La verdad es que hasta me sentía incomprendida y casi molesta por aquellas palabras, pues esperaba otra cosa.
Pero ahora, después de 6 años con mi enfermedad, tuve tiempo para reflexionar con calma. Decidí que, por mi familia y por mí, tenía que enfrentarme a esta situación y aprender a vivir con mis limitaciones y olvidarme de estar llorando por las esquinas. La vida está para vivirla no para llorarla.
Acepte que no tenía salud, pero descubrí de una forma nueva cómo Dios me rodeó del cariño de mi marido, de mi hija, de toda la familia y de los amigos. Nunca disfruté tanto de ellos como hasta ahora. Toda esta gente había estado siempre ahí, pero ahora eran como ángeles enviados por Dios para ayudarme a ver que la enfermedad nunca va a poder matar la esperanza.
Me di cuenta de que Dios nunca nos abandona, siempre está ahí esperando el momento en el que queramos escucharlo. Él nos lo dio todo y no deja nunca de dar lo que más nos conviene en cada momento. No tengo salud, pero tengo a Dios y ya sabemos: “Quien a Dios tiene, nada le falta”.
Cada día me asombro más de la forma que tiene Dios de manifestarse. Creo que está en las cosas más pequeñas, esas que te van te van haciendo grande.
Por eso cuando alguien me pregunta cómo creo en un Dios que permite que me pase esto, yo me río y con todo mi orgullo de sentirme cristiana les contesto: “Es que Dios me está haciendo grande”.
Airo
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