El Concilio Vaticano II supuso un punto de partida para la Iglesia. Comenzaba una nueva época y era necesario poner unas bases que clarificaran cuál era la misión de la Iglesia.
Este acontecimiento no estuvo exento de algunas crisis. Aún hoy muchos sacerdotes recuerdan la crisis de identidad sufrida por el sacerdocio en aquel momento.
Otra crisis, quizás fuera o sigue siendo, el determinar cuál es la misión esencial de la Iglesia en este momento de la historia. ¿A qué se tiene que dedicar la Iglesia: a los pobres o anunciar el evangelio de Jesucristo? ¿Qué es lo primordial, o lo más necesario, o lo mejor?
Vamos a hacer un poco de historia. El Vaticano II nos dice que, por el bautismo, todos (no solo los curas) estamos llamados a la misión evangelizadora.
Un poco más tarde, el beato Pablo VI en un documento que aún sigue siendo actual, en la Evangelii Nuntiandi 22, nos dice que “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios”.
San Juan Pablo dará un paso más y acuñará el término “nueva evangelización”. En Redemptoris missio 3 dice que “ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos”.
Benedicto XVI nos recordará que la auténtica evangelización se produce cuando se da un encuentro personal con Cristo.
Por último, el papa Francisco, poco antes de ser elegido sucesor de Pedro, decía: “Pensando en el próximo Papa: un hombre, que desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de la dulce y confortadora alegría de evangelizar”.
La siguiente pregunta es ¿dónde queda, entonces, el ejercicio de la caridad?.El ejercicio de la caridad en la Iglesia es una consecuencia directa de su misión evangelizadora y no al contrario.
Los cristianos tenemos que movernos con una actitud conjuntiva y no disyuntiva. No es cuestión de escoger una dimensión y rechazar la otra, sino de integrar las dos, porque una lleva necesariamente a la otra.
La salvación que nos trae Jesucristo es una salvación integral. Por eso tratamos de adelantar a este tiempo las condiciones de vida perfecta que esperamos disfrutar en la eternidad.
Hace pocos días el Rey Felipe VI, en la visita a la Conferencia Episcopal, reconocía la aportación social de la Iglesia. En otros tiempos los sacerdotes tuvieron que construir carreteras y traídas de agua, que era lo más necesario y urgente.
Pero la misión de la Iglesia sigue siendo necesaria hoy. Es importante que las personas puedan alimentar y cultivar sus deseos de transcendencia. Esto solo será posible con Jesucristo y en una comunidad eclesial en la que nos podamos encontrar con él.
Si claudicamos de esta misión evangelizadora, nos pasará algo similar a lo que decía un médico al constatar la desproporción entre el dinero destinado a la investigación del alzheimer y los tratamientos estéticos. Cuando pasen unos pocos años, en la Iglesia y en la sociedad presumiremos de unas catedrales y museos de arte religiosa espectaculares, pero nadie sabrá lo qué significa su contenido ni cuál es su origen.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán
(Publicado en El Progreso, 4 de diciembre de 2016)
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