Admiro a las personas que son sencillas. Cuando decimos de alguien que es sencillo estamos hablando de una persona que tiene claro que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Ser sencillos es una virtud, sobre todo porque siendo así somos mejores para los demás.
El mismo Evangelio también nos invita a ser sencillos en varias ocasiones, la más conocida cuando nos dicen que seamos “sencillos como palomas” (Mt 10, 16b), pero sobre todo cuando Jesús dice “te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. (Mt 11, 25-26).
Decir que Dios es sencillo puede parecer que no es acertado y que estamos cercenando las infinitas cualidades de Dios al suponer que, si es sencillo, lo podremos comprender con nuestra inteligencia, que es limitada. Por eso, puede ser preferible decir que las cosas de Dios son sencillas, o que llegar a Dios o dejar que Dios llegue a nosotros es sencillo.
En la relación de Dios conviene tener claro lo que decía antes: la línea recta es la mejor opción. La complicación no es el mejor camino. Si quieren, también puede servir lo que decía Descartes: “ideas claras y distintas.” Y no muchas, añado yo.
No nos podemos acercar a Dios con el pretexto de buscar un apoyo que no es propio de él. Por eso no podemos confundir lo que Dios aporta a cada persona con lo que necesitamos para organizar, quizás, solo un evento social.
Tampoco nos podemos acercar a Dios si nos fijamos solo en las prohibiciones morales o en las leyes eclesiásticas sin entrar en el espíritu de las mismas. Las normas son necesarias para organizar la vida de los cristianos, pero si no las vivimos de la forma adecuada nos complican la vida en vez de hacerla sencilla.
Después están los que pone el centro de sus interés en difundir leyendas urbanas sobre la Iglesia, el Vaticano o el mismo Jesucristo (recuerden lo de El código Da Vinci), y que engañan a la gente a base de confundir ficción con realidad. Intentar acercarse a Dios de esta forma nos complica aún más la fe.
Termino con una de estas experiencias gratificantes que el Señor nos concede a veces a los sacerdotes. Hace unos meses me llamaron para acompañar a un enfermo en sus últimos días: sacramento de la penitencia, unción de enfermos y viático y unas palabras sinceras por ambas partes. Unos días después del funeral, se acercó un hijo del señor para decirme que se alegraba de haberse equivocado conmigo porque su padre había muerto con mucha paz. Se trataba solo de ponernos en las manos de Dios. Así de sencillo.
No confundamos lo importante con lo urgente, ni lo normal con lo corriente en el camino de la historia que Dios quiere hacer con nosotros. El camino es sencillo pero nos exige también esfuerzo y abnegación para llegar a la meta que es Cristo, por “una corona que no se marchita” (1Cor 9, 25).
Dios es sencillo. Dios nos creó por amor y por amor nos quiere salvar por medio de su Hijo Jesucristo. No hay nada más. Los que complicamos todo somos los humanos. Dejémosle a Dios ser Dios y todo será mucho más sencillo.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán
(Publicado en El Progreso, 18 de septiembre de 2016)
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Comentarios a esta entrada:
Benjamin
Muy claro y sencillo…
19:02 | 14/12/16
Jorge
Me ha gustado mucho este articulo. Lo veo muy acertado. Llevo mucho tiempo pensando en Dios como «pura sencillez», y este articulo me abre el camino y la mente. Que Dios le bendiga.
10:25 | 29/12/20
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