En el Ángelus del pasado domingo 24 de enero, el Papa Francisco explicaba cómo el Evangelio transforma la sociedad y nos exhortaba a «evangelizar a los pobres», y no dar solo ayuda en clave social o política.
Me alegro mucho de que el Papa hablase en estos términos y con esta claridad. Hablamos de pobres, inmigrantes, refugiados… pero confundimos los términos y, sobre todo, las estrategias de actuación, olvidando los efectos positivos de la presencia de Dios en medio del mundo a través del Evangelio y de la celebración sacramental de la fe.
Todos estamos de acuerdo con que estas palabras no debieran existir en el diccionario. Más bien, no debieran existir personas a las que aplicar estos calificativos. Por desgracia no es así. Nunca tanto se habló de los marginados y nunca estuvimos tan sensibilizados con estas situaciones tan dolorosas. Los nuevos medios de comunicación, la globalización y la actual situación económica han influido para que nuestra conciencia reaccione -a veces de manera pasajera- ante el panorama actual.
Tampoco se puede meter dentro del mismo saco a todos los marginados. Se presentan casos muy distintos. Desde Occidente tratamos de arreglar todo esto solo con aportaciones económicas pero no es suficiente y, en la mayoría de los casos, tampoco es lo mejor. Estoy convencido de que ayudar a algunas personas a salir de su situación únicamente con dinero no es lo mejor ni lo más eficaz.
Hablo desde la autoridad que me da el atender el despacho de Cáritas de la parroquia y el conocer de primera mano la situación de los que llegan pidiendo una ayuda. No hago esta labor solo ya que hay voluntarios que ayudan mucho.
Se puede decir que en muy pocos casos son problemas meramente económicos. Estos casos se solucionarían fácilmente, pues la parroquia dispone de recursos suficientes para ellos. Estamos hablando de personas con pensiones muy pequeñas, con algún miembro de la familia en paro, inmigrantes que tuvieron un gasto excepcional… que vienen a Cáritas un par de veces al año o cuando están apuradas de verdad, pero la mayor parte del año viven de sus propios recursos y esfuerzos.
Los casos restantes podemos decir, con pena, que son casos perdidos y la solución no pasa por una aportación económica por grande que esta fuera. No se cura un cáncer con tiritas. La cuestión es saber por qué se llegó a esta situación e intentar arreglar el problema en el origen, pero esto no le interesa a nadie, quizás porque no da votos. Venden mucho más unas grandes cifras para asuntos sociales en los presupuestos generales de las Administraciones Públicas que proponer otras medidas más efectivas, pero menos populares.
Haciendo únicamente curas de urgencia, sin denunciar y sanar el origen de la enfermedad, los afectados nunca recuperarán la salud integral.
Otro caso distinto es el de los inmigrantes y refugiados. Nosotros tenemos que atenderlos como quien acoge a un hermano que vive en la misma “casa común” (LS). El cuidado de esta casa pasa, en primer lugar, por cuidar a los de la misma especie, nuestros hermanos.
Las causas por las que tienen que huir de sus países de origen no dependen, al menos directamente de nosotros. En estos casos estamos hablando de complicados problemas históricos y económicos que les correspondería solucionarlos a los organismos internacionales. Pero todos podemos y debemos denunciar las causas y consecuencias de estas situaciones “caiga quien caiga” y siendo “la voz de los sin voz”.
Si se fijan, en la columna de hoy no mencioné para nada a Dios ni a la religión. Lo mantuve al margen. Quizás el mundo hace lo mismo y por eso llegamos a estas situaciones tan tristes.
Miguel Ángel Álvarez Pérez
Párroco de San Froilán
(Publicado en El Progreso, 7 de febrero de 2016)
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