Foto: cathopic.com
Mi vida transcurrió hasta hace unos años con mucha normalidad, tanto en el ámbito familiar como laboral. Como todo el mundo, con muchos momentos buenos y otros un poco más complicados, pero todo dentro de la normalidad.
Pero un día, todo da un giro inesperado. Mi compañero de viaje, de luchas y de fatigas, fallece en un accidente. De la noche a la mañana me veo obligada a iniciar una vida nueva y sin saber por dónde comenzar.
Intenté seguir yo sola con los proyectos laborales que tenía con mi marido, pero no fue posible. Las cosas ya no eran las de antes.
Desde el primer momento hubo muchas personas que estuvieron a mi lado, que también hoy siguen estando ahí. Personas muy importantes y queridas como mi madre, mis hermanos y el resto de mi familia.
También sentí la presencia de Dios, que siempre está conmigo, como nunca la había sentido. Lejos de enfadarme con Dios por todo lo que había pasado, encontré en él un gran consuelo. Quizás ahora soy más consciente de que toda nuestra vida dónde mejor puede estar es en sus manos.
Nunca me cansaré de dar las gracias por estas presencias. La soledad te hace fuerte y en ella también pude encontrar a mi familia y a Dios de un modo nuevo.
Quiero agradecer a Miguel que me escuchó y que me animó a poner por escrito este testimonio. Os pido que recéis por mí aunque no me conozcáis, pero para la fe no hay fronteras ni límites de ningún tipo. Saber que puedo contar con vuestras oraciones me da mucha paz.
Os prometo que seguiré luchando para salir adelante, como hasta ahora. Espero conseguirlo. Sin lucha no hay victoria. Hay muchas mujeres que luchan por salir adelante, quizás en situaciones más complicadas que la mía. Yo solo soy una más.
Anónimo
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